Carlos:
Una mañana de agosto, no más fría ni gris que
las otras, hallándome en casa concentrado en la lectura, noté el
inicio de un sonido apenas perceptible en el ambiente. Era
musical, armonioso, breve y lejano. Y conforme se acercaba, su intensidad
creciente lo tornaba más nítido, más bello, pero también más
familiar. Una tonada dulce, de cadencia lenta y corta duración, con silencios regulares,
una caricia para el alma. Soñador incorregible, cerré el libro y
me abandoné a la nostalgia.
Quienquiera que lo oyese ni se inmutaría, pues aquel sonido se suma al mar de fondo de sonidos cotidianos, como las bocinas, chicharras de panaderos, gritos amplificados de vendedores, recicladores, ropavejeros, enhebrados en la urdimbre de vivencias colectivas de nuestra añosa Lima; remanentes de sus antiguas costumbres que aún perviven. Quien pausadamente caminaba por la vereda, anunciándose con su siringa mientras hacía rodar su carreta, era un silvestre afilador. No obstante, y he ahí la diferencia, se trata de un músico, que mientras camina entona una melodía de la que es autor. Tiene un giro musical propio, suave, atractivo, nada perturbador, animoso a veces, otras plañidero. Y esa fría mañana su música me tocó el corazón.
Estos laboradores ambulantes, en su mayoría de origen andino
y por tanto recios caminantes, recorren calle tras calle, como sombras del
pasado, intentando llamar la atención de los vecinos mediante el
pertinaz sonido de un pequeño instrumento de viento. Es sencillo, pero muy
sonoro y versátil, la siringa, sucedánea de la flauta de Pan, un dios de
la mitología griega. Pan, hijo de Hermes era considerado el
dios de los pastores. Era un híbrido, tenia el busto de hombre y el cuerpo de
macho cabrío. Su frente estaba ornada con vistosa cornamenta. Pan se
enamoró de la ninfa Siringa, bellísima, quien desdeñó su requerimiento y
huyó por el campo perseguida por el furibundo y frustrado amante.
Desesperada, Siringa pidió ayuda a sus hermanas y éstas la convirtieron en
cañas, plantadas al borde del camino. Al llegar Pan sólo encontró
eso, de manera que cortó las cañas y ordenó su tamaño, atándolas en
hilera, formando así una flauta, a la que llamó siringa en recuerdo de
la ninfa que amó. Sólo él le arrancaba melodías impregnadas de honda
tristeza...
La siringa es pues un instrumento cuyo origen se entreteje
con la leyenda. Y hasta hay virtuosos en su ejecución. Tuve la suerte de
sólo una vez escuchar un concierto en que el tema era un
dinámico y alegre diálogo entre la siringa, pequeña, expresiva, de una
sonoridad conmovedora, y nada menos que la monumental Orquesta Filarmónica de
Berlín. Por momentos creía estar escuchando una pequeña y delicada trompeta de
cristal.
El afilador es un héroe anónimo del trabajo. A
paso lento recorre muchos kilómetros en una jornada que por lo que
veo le debe ser muy desfavorable. Ya no hay en casa cuchillos o
tijeras que no corten. Y de ser así, se compra uno nuevo. Muchas cosas son
hoy descartables. Ante esos cambios, él quedó como detenido en el tiempo,
insistente, tenaz e, inmutable sigue caminando impulsando su carro, que, bien
observado, es un laboratorio de física móvil... Recuerdo que en
tercero de secundaria en el estudio de las palancas ideado por Arquímedes, se
graficaba en un libro mediante un bello dibujo a carbón el carrito del
afilador como ejemplo concreto de palanca inter-potente pues la fuerza del
pedal se aplica entre el punto de apoyo en tierra y el peso a moverse que
es una piedra de origen volcánico tallada en forma de rueda, es la
piedra afiladora montada en una volante pequeña que a su vez es
movida por una faja calzada en una rueda grande que se mueve por la
fuerza que el artesano imprime al pedal que es oscilante y así con relativo
poco esfuerzo se logra dar las revoluciones necesarias a la piedra que
gira a gran velocidad. De ahí las chispas que saltan como luces de bengala al
contacto del metal con la piedra en movimiento que nos encandilaba contemplar
siendo niños, cuando la abuela entregaba por lo menos tres piezas para afilar
ante el regocijo del artesano. Pero hoy todo ha cambiado; incluso el concepto
de palanca se ha envilecido y no resulta agradable mencionarlo.
Pero tú, querido amigo afilador, soñador empedernido,
seguirás caminando, devorando cientos de cuadras de sol a sol, soplando tu de colorida
y vieja siringa, haciéndola llorar por la nostalgia de tiempos mejores que
quedaron atrás, muy lejos y ocurrió sin que te dieras cuenta. Sigue
en paz tu camino por la vida, caminante; y siéntete feliz, pues Dios
siempre provee al que es honrado y porque tienes delante un tesoro que
algunos añoramos: la libertad de ir por el camino que tú quieras...
José Quiche
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