COMO EN EL PARKASÉ
Solemos olvidar la
forma tan contundente como las experiencias de los primeros años marcan nuestra
vida de adultos. Hay sin embargo
chispazos que nos remiten muchos años atrás a vivencias propias de la niñez, y
es entonces cuando entendemos lo importante que es que nuestros niños puedan
vivir una infancia prometedora.
Desde que comencé a publicar en los
periódicos y hasta la fecha, mi gran problema es ponerle nombre al niño. Tanto así me cuesta, que en la colaboración
de la semana pasada plasmé solamente medio título, y por una terrible omisión
de mi parte, así lo envié para publicación.
Experiencia que queda como parte de mi anecdotario personal.
En esta ocasión la palabra que venturosamente
llegó a mi mente para ilustrar el contenido de la presente colaboración es “Parkasé”,
juego de mesa que siendo pequeña jugaba con mis papás. Los gustos paternos en cuanto a juegos de
mesa eran éste, el dominó y el ajedrez, pero de alguna manera mis recuerdos de
infancia están ligados al Parkasé como nuestro
juego familiar; mismo que ahora viene a
salvar el título de esta colaboración.
Todavía no se cumple un mes del tiroteo en
una escuela primaria norteamericana que dio por resultado la muerte de veinte
niños y seis adultos, cuando se presenta otro incidente similar en una escuela californiana. En esta ocasión con saldo de un estudiante
herido de gravedad, hacia el cual iban dirigidos los proyectiles disparados por
un adolescente de dieciséis años quien ingresó al plantel escolar con una
escopeta y un arma corta, en busca de este compañero buleador en
particular. Como él mismo lo expresó, no
tenía intenciones de disparar contra nadie más.
La tragedia del mes de diciembre nos puso a
pensar con relación a la facilidad con que se adquieren armas de asalto en los
Estados Unidos; ahora ésta lleva a una doble reflexión: Por una
parte nos señala la prevalencia de fenómenos de hostigamiento escolar, muy
probablemente agravados por la tibieza
de las autoridades escolares para contrarrestarlo. Y por otra parte nos lleva a
entender que la comunicación está perdida en muchos sentidos, entre los propios
estudiantes, entre estudiantes y maestros, y entre padres e hijos.
Haber nacido en los tiempos actuales implica
para nuestros niños y jóvenes llevar una gran carga encima. Las cosas son para ellos bastante más
complicadas de lo que fueron para nosotros, pero esto no los exime de hacerlas
bien.
Con relación a la comunicación hay muy diversos
elementos que la bloquean. Las familias
actuales en ocasiones son
monoparentales, de tipo compuesto, o bien son disfuncionales. En cualquiera de
estos casos la comunicación tiene mayor riesgo de
distorsionarse o perderse, de manera que
el niño no logra desarrollar las
herramientas para una buena comunicación fuera de casa.
Hay dos características muy propias de
nuestros tiempos: El materialismo y el hedonismo. La conjunción de ambos puede llevarnos a
esperar que las cosas se cumplan a la primera y con el mínimo esfuerzo,
partiendo del plano material. Esto es,
que la consecución de una tarea implique, como en el Parkasé, esperar, combinar
puntos y diseñar una estrategia, nos desalienta, y optamos por descartar de
entrada la realización de dicha tarea.
Cuando esta falta de comunicación convive
con tendencias agresivas como el bullying, las cosas se complican más. El buleador acompañado de su grupo hará la
vida imposible al buleado que habitualmente termina por sentirse abatido. Pero también se dan casos como el actual, el
chico cansado de que lo fastidien se envalentona decidido a que las cosas
cambien, y la única forma que tiene en mente para dicho cambio es la de las
armas.
Aun cuando un adolescente ya es capaz de
asimilar el concepto de la muerte, dentro de su pensamiento no ha terminado de
asumir que ésta es definitiva, y que una vez instalada no hay vuelta para
atrás. Es por esta premisa propia de su
edad que los suicidios consumados en adolescentes suelen deberse a un error de cálculo
de su parte, pues en realidad no tenían contemplado “morirse morirse”, sino
solamente morir por un rato, mientras tal o cual condición externa cambiaba.
Un arma de alto poder en las manos de un
adolescente constituye un gran riesgo para la sociedad entera, todos lo
sabemos. Además representa la vía
terrible para tratar de entablar comunicación entre un chico resentido y su hostigador,
por la vía de la sangre.
Enseñemos
a nuestros jóvenes el Parkasé de la vida. Las armas de fuego no son vehículo efectivo de
comunicación. Mediante su uso no se logra nada más que un riesgo de muerte.
Abordemos a nuestros chicos, conozcamos qué hay en su cabeza y en su corazón,
no sea que un día lamentemos no haberlo hecho.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario