domingo, 17 de marzo de 2013

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


EL PAPA FRANCISCO Y LA IGLESIA
Para  buena parte de la población mundial esta semana se ha vivido un momento de gran trascendencia  en  los últimos tiempos.  La elección del Papa Francisco significa  una oleada de esperanza para el mundo católico.
   Como institución la Iglesia Católica Romana ha experimentado una serie de crisis en los pasados lustros.   Desde la elección de Juan Pablo I y su inesperada muerte, hasta la renuncia de Benedicto XVI, la Iglesia ha debido sortear grandes dificultades que, entre otras cosas, ha generado una disminución, tanto  en el número de creyentes como en las vocaciones sacerdotales y religiosas.
   Su carácter tradicionalista ha debido enfrentarse con las tendencias propias de la modernidad, lo que en mayor o menor grado ha provocado conflictos y deserción.  Temas como el control de la natalidad por métodos artificiales, el aborto, o la ordenación sacerdotal de mujeres son tópicos frente a los cuales la Iglesia Católica ha definido una  postura muy clara de rechazo.  A quienes hemos vivido dentro de esta fe no nos extraña, y de alguna manera asimilamos y aceptamos que así son las cosas.
   Yo me atrevería a afirmar que  más que deserción estos temas han ocasionado el surgimiento de corrientes dentro de la misma Iglesia, como es para España y Latinoamérica el caso de “Católicas por el derecho a decidir”, quienes siguen considerándose católicas, aunque definen su postura particular en asuntos de planificación familiar y aborto, entre otros.
   Sin embargo, quizás el tema que ha ocasionado mayor desencanto y rechazo en los últimos cuarenta años, sea el relativo a  los casos de conductas sexuales inapropiadas por parte de sacerdotes, y muy en particular los casos documentados de pederastia, y lo que hasta ahora  se percibe  como un encubrimiento por parte de las autoridades eclesiales, al menos para quienes tratamos de entenderlo como laicos.
   Por desgracia el mensaje que llega a interpretarse es el siguiente: No tengo por qué responder  si ejercito mi sexualidad  de un modo  que perjudique a otros, en particular a niños pequeños  a los que someto  en razón de la autoridad que ejerzo sobre ellos.  
   Surgen las primeras voces de denuncia, pero pronto son acalladas.  En distintos países las voces son cada vez más, pero debieron de pasar muchos años para que la propia Iglesia las atendiera.  Y en diversos casos pareciera que al tener conocimiento de un caso, lejos de obligar al sacerdote a responder por ello, solamente se le  cambió de lugar de residencia, y el abuso continuó.
   Esos silencios cómplices han cobrado un precio muy elevado en términos de fe.  No es de extrañar que así suceda cuando a quienes, en función de su jerarquía eclesial  debían de servir de modelos,  descubiertos sus actos inapropiados, se les encubrió, y se les mantuvo  en posición de seguir cometiéndolos.
   Llega el Cardenal Jorge Mario Bergoglio contra todos los pronósticos.  El primer jesuita, el primer latinoamericano, no considerado esta vez entre “los papables”,  con una historia de una vida sencilla y humilde en su natal Argentina.  
   De alguna manera los ojos del mundo estaban puestos sobre él desde el primer momento,  cuando  se conoció que asumía el nombre de “Francisco” y apareció en el balcón papal.  Hasta ahora cada uno de sus actos ha resultado simbólico, tiene una interpretación dentro del imaginario colectivo de los católicos, y resulta como una fresca oleada de esperanza.
   Confiamos en que haya cambios sustanciales para la Iglesia.  Que ocurra un cambio a favor de los más necesitados, dejando de lado   todo signo de ostentación.  El Papa Francisco, al menos en estos primeros días ha dado cuenta de un ser humano íntegro, humilde,  con sensibilidad social; lo manifiesta a través de sus primeros actos públicos, y da cuenta de ello su biografía.
   Existe la urgente necesidad de una iglesia incluyente aunque firme.   Una iglesia que llame a las cosas por su nombre, y que no se deje seducir ni doblegar.  Necesitamos una iglesia cuyo llamado sea interpretado como auténtico, un llamado hecho por un clero que reconoce su vocación de santidad, y actúa en consecuencia.
   A nosotros como laicos nos corresponde también actuar de manera consistente, entendiendo que nada queda por encima del Evangelio, ni la comodidad, ni el dinero, ni los intereses particulares.
   Entender que Cristo nos hace un llamado único: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.  Y que el amor no es la condición aséptica y lejana, sino que implica ensuciarnos manos y pies con el barro que pisan  los pies desnudos de nuestros hermanos más necesitados.
   Dios bendiga y guarde al Papa Francisco, y que nos conceda a todos  nosotros vivir el amor de Dios de la única manera verdadera, como sagrada misión, a través de las pequeñas obras de cada día. 

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