domingo, 7 de abril de 2013

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


LOS TIEMPOS DEL ARREBATO
Como seres gregarios nos corresponde mantener una lectura continua de los acontecimientos que se desarrollan en torno nuestro para tratar de entenderlos, y finalmente obtener una fotografía instantánea de nosotros mismos.
   Y sucede algo que no es infrecuente a la hora  cuando revisamos una fotografía en la que aparecemos: La imagen que vemos en ella no siempre coincide con la imagen mental que tenemos de nosotros mismos.
   Esta semana destaca como nota la presunta acusación presentada en España en contra de la Infanta Cristina,   acusada de complicidad en el desvío de recursos de diversas ONG a las cuentas personales de su esposo Iñaki Undargarin y el socio de éste.  Algo que resulta difícil de entender, y que constituye un claro ejemplo de los llamados delitos de “cuello blanco” en los que contrastan las acciones ilícitas de un individuo  poseedor de una imagen externa impecable y elegante.
  Hurgando en los motivos que pueden  llevar a miembros de la realeza a hacerse de dineros turbios, poniendo en riesgo tanto.  ¿Sería acaso  una acción impensada, como espejismo, algo que pareció fácil llevar a cabo, y que ahora los tiene atrapados?
   La inmediatez es un signo de estos tiempos; solemos actuar irreflexivamente muchas de las veces, sin detenernos antes a meditar las consecuencias de nuestros actos.   El ritmo de vida  actual da pie a ello ciertamente, pero no lo justifica, y dejarnos llevar por la primera reacción ante un estímulo se aleja de ser la conducta idónea. 
   Vienen a mi mente  casos en los que un ciudadano es víctima de un asalto, le exigen que entregue su vehículo, a lo que él se niega y lo matan; es una situación que nunca  he  alcanzado a comprender: Quienes te asaltan van dispuestos a todo, así es que más vale salvaguardar lo único insustituible, lo más precioso,  que es la vida.   Muchos de los casos corresponden a vehículos de reciente modelo que forzosamente están cubiertos por una póliza contra robo que la misma agencia obliga al cliente a adquirir.   ¿Será entonces que por efecto del susto esa persona se obnubila y no atina a identificar qué es lo más importante en esos momentos?
   Ejemplos del modo como esta inmediatez llega a tomar posesión de nuestros actos hay muchos. Esta misma semana finalmente aprehendieron a un joven de 22 años quien dio muerte de manera violenta a su exnovia de 20 años, hechos ocurridos en la ciudad de México.  ¿El argumento? Si no iba a ser de él, no iba a ser de nadie.  Poniéndonos por un momento en los zapatos del presunto criminal, y siguiendo su juego: ¿Cuál fue su ganancia a fin de cuentas, si va a pasar veinte o más años en prisión, acusado de homicidio calificado?...
   A diario nos topamos en  la calle con situaciones de conflicto originadas por esta impulsividad de parte de algún conductor que se le echa encima al otro con tal de  no ceder el derecho de vía, yendo hasta extremos absurdos y ridículos, en ocasiones con funestas consecuencias.
   ¿Qué nos lleva a reaccionar de esta forma primitiva y refleja? ¿Por qué razón no se dispara la inteligencia para  reflexionar y elegir la mejor opción?   Probablemente la facilidad con la que se obtienen resultados hoy en día, no ha sido la mejor maestra, pues nos ha convertido en individuos acostumbrados a no batallar, a  que las cosas sucedan de manera inmediata, sin  mayores dificultades para lograrlas.
   Simplemente analicemos cuánto se tardaba una carta o un telegrama hace veinte o treinta años, y cuánto pasa entre el envío y recepción de un mensaje vía electrónica en estos tiempos.   Las antiguas misivas solían constituir verdaderas obras de arte en cuanto a sintaxis y caligrafía, y dulces eran los tiempos de paciente espera. Por su parte  los mensajes que hoy enviamos hasta el otro lado del mundo con solo pulsar un botón, no admiten esperas, son precipitados, y no en pocas ocasiones nos meten en problemas, pues  para cuando  meditamos bien en lo que  acabamos de enviar y queremos modificarlo, ya no hay nada qué hacer.
   Con toda seguridad las nuevas generaciones se reirían si supieran lo que implicaba enviar una cantidad de dinero de una a otra ciudad, ya fuera por vía bancaria o telegráfica, consideradas como las más “rápidas”.  O bien, el hecho de que en  aquellos tiempos no existieran cajeros automáticos, y apenas comenzaran a circular las tarjetas de crédito.  Todo lo que para las nuevas generaciones sería un fastidio hoy en día, nos permitió a nosotros desarrollar otro sistema de organización mental que en cierta manera nos pone a salvo  de esos arrebatos que  en la actualidad llegan a ser hasta mortales.
   La inmediatez nos obliga a ser más reflexivos, como medida de supervivencia.

2 comentarios:

  1. H0LA, SOY SALVADOR AMIGO DE GUILLERMO, RECIÉN ESTAMOS EN CONTACTO DIRECTO, AUNQUE YA TE HABÍA LEÍDO EN CIBERPEDS, ES MÁS FUISTE UNA DE LAS QUE ME DIERON BIENVENIDO CÁLIDA. AÚN LO RECUERDO.
    ESTE TEXTO TUYO ME AGRADÓ EN DEMASÍA. TIENES HABILIDAD PARA MANJAR TMEAS TAN DIFICILES COMO ESTE. TE FELICTO
    CHAVA ALVARADO

    ResponderBorrar
  2. Gracias Salvador. Conociendo tus dotes de comunicador, vamos a aprovecharlas en este espacio. Saludos.

    ResponderBorrar