domingo, 7 de abril de 2013

LAS ENSEÑANZAS DE UN CONEJITO


De un tiempo para acá me he vuelto defensora de los derechos de los animales.  No alcanzo niveles de fanatismo como el de una chica que  leí recientemente en un foro de defensa por los animales, quien condena el uso de pieles de JLo  mandándola a la cortadora de carnes para luego  hacerse un traje con su piel.  No, estas expresiones para mi gusto reflejan una terrible carga de agresividad solamente redirigida, y vienen resultando un contrasentido.  No puedo estar a favor de la vida de los zorros o las chinchillas, deseando que desuellen a un ser humano.  La cosa no va por ahí.
   Pero volviendo a lo que mencionaba en un inicio, desde hace tres años se ha desarrollado en mí una particular sensibilidad  hacia el  derecho que tienen  los animales de una vida digna (y en su caso una muerte digna, aclaro, no soy vegana).   Todo ello se desarrolló a partir de la llegada a mi vida de un hermoso conejito  que fue regalado a mi hija, y vino a dar a mi casa de manera circunstancial, y que por desgracia perdió la vida hace justo un año.
   Durante casi dos años aquella "bola de pelos" brincó y correteó alrededor mío, concediéndome la oportunidad de ver la vida desde una óptica distinta, muy  divertida y más profunda.  Descubrí en aquel hermoso amigo que apenas rebasaba los dos kilogramos de peso un ser extraordinario que supo dejarme grandes enseñanzas.
   Ahora que acaba de pasar la Pascua, fecha en la que, por desgracia, se regalan muchos animalitos que luego se botan a la calle o a la basura, y que justo coincide con la muerte del conejito, quise traer a la memoria las dulces palabras de Gandhi:
"La grandeza de una nación se mide de acuerdo a cómo se trata a sus animales".

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