domingo, 2 de junio de 2013

Décalogo del escritor por Martín Luis Guzmán.


1. Saberse interesar en todas las cosas: desde el modo, por ejemplo, como un afilador usa la muela, hasta las más recónditas alternativas del ánimo mediante las cuales -por ejemplo también- un espíritu rencoroso y vengativo es capaz de perdonar, y aun llegar a querer, a quien deliberadamente le haya hecho el mayor de los daños.

2. Saber aislar dentro del panorama, casi infinito, de lo interesante, aquello que permite al novelista descubrir esencias reveladoras de lo que el hombre es en planos de existencia que merezcan y justifiquen una interpretación artística.

3. Adquirir conciencia de aquello que realmente se quiere realizar con las letras como instrumentos. ¿Se acomete una obra, de fines exclusivamente artísticos, con la humanidad de siempre como veneno inmutable? Es decir, ¿se tiene un propósito literario ajeno, en todo lo posible, a la actualidad social que de lejos o de cerca nos rodea? Porque cosa distinta de esto es el intentar una obra cuyos fines artísticos perdurables estén vinculados a nuestra actualidad, para influir en ella y no sólo para sacarla a luz y darle forma vaciándola en los materiales que nos ofrece la humanidad de hoy. Claro que ésta última, al fin y al cabo, es expresión, no obstante su fecha, de la humanidad de todos los tiempos.

4. Sentir el impulso, cultivándolo para hacerlo eficaz, de buscar en lo más cercano y más propio, o sea en lo nacional, la expresión de esencias universales.

5. Tener conciencia del oficio y el arte de escribir. Concretaré: no usar las letras sino dentro de los límites del conocimiento exacto que de ellas se tenga, ni querer inventar nada si antes no se han adquirido -"la letra con sangre entra"- las enseñanzas de la gramática y se ha abrevado, para sentir el genio del idioma, en la lectura de los clásicos y de los grandes escritores de todas las épocas.

6. Tener siempre presente que, hasta cierto punto y artísticamente, fondo y forma son una misma cosa; por donde resulta equivocado el empeño de imponer un mismo modo, un mismo estilo a temas o asuntos que se diferencian por su intención y su posibilidad artísticas.

7. No confundir lo permanente con lo que en ello haya de transitorio o superficial, y, por tanto, no intentar el trazo de caracteres, situaciones y ambientes con nada que no sea absolutamente indispensable para mostrarlos, definirlos, recrearlos, desenvolverlos y exaltarlos en términos artísticos.

8. Rehuir el imitar a nadie y no ponerse a escribir nada - como no sea a título de ensayo o ejercicio-, si antes no se ha escuchado dentro la propia vibración: aquella que, convirtiéndose en arranque incoercible, desemboca en la necesidad de escribir.

9. No envanecerse con la propia obra considerándola inmejorable. Al revés: prepararse siempre, y aun espolearse, para hallar en toda ella las peores imperfecciones, así de fondo como de forma. No olvidar nunca que hasta lo mejor que uno hizo es siempre perfectible.

10. Dejar al crítico, libre e íntegramente, su radio de acción. No enojarse con él; consentir en que su esfuerzo, cuando aquilata una obra, es tan respetable como el esfuerzo de quien la creó.

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