domingo, 18 de agosto de 2013

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

FIN DEL RECREO
Una de las noticias que ha ocupado titulares esta semana es la ratificación de la pena de muerte para tres mexicanos sentenciados por narcotráfico en Malasia.  Ellos han venido apelando la sentencia ante todas las instancias posibles, hasta ahora sin resultados favorables.  Simplemente se encuentran en un país que no se doblega ante los argumentos ni ante los vacíos legales que en México parecen funcionar tan bien.
   Ello me llevó a repasar algunos de los asuntos que se cuecen en nuestro país, y que justo tienen qué ver con desactivar un castigo que se había fijado por  la comisión de un delito.  Ejemplos hay muchos, pero quepa  mencionar la reciente liberación de Caro Quintero por uno de esos extraños procesos legales que  revocan una sentencia.
     Algo similar sucede con los maestros inconformes por el proceso de evaluación que  estableció la SEP para ellos.  Lo que en un principio fuera una cuestión de calificar al gremio magisterial, y con base en ello determinar su permanencia en el sistema, ha llegado luego de  muchos meses de marchas y plantones a un lamentable escenario: El maestro tiene tres oportunidades para presentar el examen de evaluación.  La calificación aprobatoria es absurdamente baja.  Si luego del tercer intento no fuera aprobado, su castigo será dejar  la actividad frente a grupo para pasar a funciones administrativas, conservando su salario.
   Yo me pregunto: ¿Qué sentido  tuvo darle tantas vueltas al asunto, a un costo tan elevado, para quedar en esto? Los alumnos no han tenido clases, los maestros han  percibido sus salarios íntegros, y con un poco de malicia  pienso que muchos de ellos intencionalmente se encargarán de reprobar  el número de veces necesario para merecer “el castigo” de la función administrativa, librándose de estar frente a grupo, lo que resultará en un exceso de burócratas y una dolorosa carencia de mentores.
   Cosa parecida está sucediendo ahora con los jóvenes aspirantes a instituciones de educación superior en el Distrito Federal que no resultaron seleccionados en los exámenes de admisión.  Copian los modos de hacer presión, hasta que finalmente se les conceda la plaza que quieren.   Entonces, ¿qué objeto  tiene gastar en un examen finalmente  sin sentido, pues de cualquier forma todos los alumnos ingresan, independientemente de su nivel de conocimientos?
   Se ha atribuido a diversos orígenes esto que pudiéramos llamar “el derecho del mexicano al apapacho”. Tenemos un sistema de gobierno que ejerce control mediante beneficios a discreción para los de abajo, desde subsidios, despensas, becas o pies de casa.  Por este camino el mensaje implícito ha sido: “Pidan y Papá Gobierno se los dará”, y como sociedad actuamos igual que un niño pequeño, quien primero pide algo  por la buena, y si no lo obtiene comienza a patalear con intensidad creciente, tanto como sea necesario para salirse con la suya.
   Y así vamos, los gobernantes concediendo y controlando; las bases presionando y obteniendo,  por un camino que en nada nos ayuda a  crecer como nación.  Es increíble observar esas movilizaciones multitudinarias desde estados como Oaxaca o Guerrero a la Ciudad de México, y aquellos “plantones” que tanto afean y obstaculizan el movimiento en  la ciudad capital.   ¿Con qué dinero se hacen? ¿Quién paga camiones, combustible, y alimentos de aquellas multitudes?...
   Si en verdad se pusiera un orden en las finanzas del país, las cosas serían muy distintas.  El temor de los ciudadanos “de a pie”  respecto a las reformas Energética y Fiscal es, si a fin de cuentas los que actualmente ya pagamos tendremos que pagar más, mientras que los que despilfarran se darán vuelo al  ampliarse sus techos presupuestales.  Para muestra, Carmen Aristegui acaba de dar a conocer  la forma como se dispararon los “gastos de operación” del Senado de la República, en un  2,960%  con  respecto al 2012.
   Necesitamos convencernos de que el paternalismo es un mal que  urge desechar ya,  para instaurar un sistema político y económico donde las cosas tengan un precio justo sin excepción, rompiendo de una vez con todas con la lacra de la plutocracia que tanto mal nos ha hecho.
   Necesitamos entender que los países desarrollados lo están, no por obra y gracia del Espíritu Santo, sino por el trabajo individual y colectivo de sus ciudadanos.  Y que no se trata de pedir, hacer pataletas y afectar los intereses de terceros, sino de desarrollar cada cual a plenitud  su propio potencial.
   Necesitamos comenzar a funcionar con base en resultados, en un sistema de sana competencia.
   Viene a mi mente una máxima atribuida a Bill Gates: “En la escuela puede haberse eliminado la diferencia entre ganadores y perdedores, pero en la vida real no”.

   Suena el timbre que indica el fin del recreo;  momento de comenzar a hacerse responsable, cada mexicano de sí mismo, para salir del atolladero.

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