domingo, 15 de diciembre de 2013

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

UNA NAVIDAD DIFERENTE
Dentro de la riqueza de vocabulario que manejamos en México, el denominado “Puente Guadalupe-Reyes” se ha convertido en un elemento antropológico que llegó para quedarse. El período de tiempo que inicia con la festividad de la Guadalupana el día 12 de diciembre, casi coincidiendo con el pago de aguinaldos, y que viene a concluir con la Fiesta de Reyes el 6 de enero, se distingue por ser  una época de fiesta, religiosa en sus orígenes, pero que a la vuelta del tiempo  ha adquirido muchos rasgos profanos, y que no pocas veces  deriva en lamentables  escenarios.
   Año con año el saldo de daños a las familias mexicanas  va desde dolores de cabeza cuando llega enero y nos topamos con que hay que hacer una cantidad no prevista de pagos, hasta dramáticos casos de dolor y muerte.  La combinación de alcohol y volante siempre ha sido muy riesgosa, tanto para el conductor como para sus acompañantes, así como para terceros que pueden ser embestidos o arrollados por un individuo que maneja un vehículo automotor  en estado de intoxicación etílica.
   Una vez más el sentido común nos aconseja que  actuemos con moderación, pero tal parece que al paso de los días desatendemos a la prudencia, y solemos terminar en excesos de diversa índole y cuantía, que luego habremos de lamentar.
   Hoy más que nunca es momento de volver al sentido original de las fiestas decembrinas; sacudirnos los oropeles del consumismo  y asomarnos con ojos de niño a esas pajas donde nace el Niño Dios con la promesa de vida eterna para todos los cristianos.
   Comenzar a asumir esta época como la más apropiada para retomar los valores familiares; apartarnos de  la frivolidad  e ir al reencuentro de los seres queridos hasta lo más profundo.  Reafirmar lazos, rescatar y afianzar raíces, tender puentes, derribar muros.
   Hacer una llamada a ese amigo del cual nos hemos distanciado; compartir un rato con aquel familiar que de otra suerte la pasaría solo; juntos traer a la memoria recuerdos de  las personas amadas que se nos han adelantado en el camino.
   Cambiar la consigna de “comprar” por las de “compartir” o “crear”.   Romper esa costumbre de gastar y gastar para demostrar algo que en esencia no tiene nada qué ver con el dinero.
   Más allá de una intoxicación etílica con sus consabidos riesgos, por esta vez orientarnos hacia una convivencia sana, divertida y sensata.
   Las mejores cosas en esta vida son gratuitas, y de nosotros depende utilizar la imaginación para descubrirlas y aprovecharlas al máximo.
   Los recuerdos que mejor conservamos a la vuelta del tiempo tienen qué ver con cómo nos sentimos en un momento dado, y no tanto con qué tan costoso haya sido ese regalo que recibimos.
   El sentido profundo de las fiestas: Dar gracias al cielo por un año más de vida; por una salud tal, que nos permite estar festejando en estos momentos.
   Contar nuestras bendiciones en términos de familia y amigos.  Saber que  somos afortunados de tener un hogar confortable y comida en la mesa.
   Agradecer a la vida que contamos con la  oportunidad de elegir qué hacer y cómo llevarlo a cabo, en un clima de libertad que muchos otros envidian.
   Reconocer cuan privilegiados resultamos  en muchos aspectos por vivir en un clima de paz y estabilidad suficientes para sentir el gozo de estas fiestas.
   ¡Somos tan afortunados de tantas maneras! Sin embargo son muchas las veces cuando nuestra cortedad de visión no nos permite visualizarlo.
   Vivimos en un territorio pródigo en riquezas naturales, con una flora y fauna que muchos otros países quisieran poseer.
   Tenemos diversos patrimonios arqueológicos, históricos, culturales, gastronómicos, artesanales y artísticos, tantos que no nos alcanzaría toda una vida para abarcarlos por completo.
   Y quizá lo más grandioso de nuestro pueblo: Contamos con la familia como eje de todo cuanto hacemos, desde el nacimiento hasta la muerte.  Ella nos acoge y arropa, nos alienta, se alegra con nuestros éxitos, y está allí para consolarnos en nuestros fracasos.
   Difícilmente llegamos a sentirnos aislados, pues aun en los casos cuando no exista una familia biológica próxima,  el afecto facilita  el desarrollo de lazos por adopción.
   Hagamos de ésta una Navidad distinta, trascendente, profunda y renovadora.  Una fiesta que nos permita crecer como personas y como sociedad; una  celebración que nos mantenga a salvo de accidentes con su lamentable secuela de heridos y muertos.
   Extendamos una mano;  ofrezcamos el hombro; prodiguemos sonrisas; regalemos palabras y abrazos.  Vayamos a engrandecer los lazos entre hermanos limando asperezas, disolviendo diferencias, y procurando la tolerancia. 
   Y, por supuesto, para honrar a ese Niño Dios que nace, compartamos un poco de lo nuestro con los que menos tienen y más necesitan.
   Una Navidad diferente: El mejor regalo para todos.

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