domingo, 22 de diciembre de 2013

SUEÑOS por María del Carmen Maqueo Garza


Con cariño y admiración  para mis amigas Aída Cantú y Maritrini Herrera, de quienes mucho he aprendido,  por su incansable  entrega a favor de los que no tienen voz.
El día amaneció particularmente fresco.  Paso la nariz por entre la fina yerba y siento como mil pequeñas gotas se adhieren a ella provocándome cosquillas.  El sol acaba de asomar sus primeros rayos detrás de aquellos  grandes cerros que se dibujan al fondo de la llanura, y que a ratos parecen estirar sus picos, como dispuestos a atrapar las nubes que se posan  encima de ellos.  
Ayer fue un día muy divertido; eso de hacer ejercicio toda la tarde, para luego echarse sobre un colchón mullido en el justo momento en que va oscureciendo, es maravilloso, especialmente en esta época del año cuando la negrura del cielo hace que todas las estrellas, hasta las más lejanas, parezcan diamantes tan cercanos, que podríamos arrancar del cielo, y la luna llena se cuelga de la nada como una gran farola.
En estos días, cuando mis juegos los hago en compañía de los niños, las cosas son fantásticas. A ratos quisiera reír como hacen ellos, sacudiendo la panza cada vez que sale de sus gargantas una gran carcajada;  las incontables veces que he intentado imitarlos solamente consigo   emitir un sonido ronco, que poco se parece a sus risas cristalinas. Mientras corren por el campo me llaman por mi nombre en repetidas ocasiones, y yo corro hacia ellos con tanta fuerza, que los tumbo sobre  la yerba y todos terminamos revolcándonos divertidos.
Éstas son las mejores experiencias que he tenido en mi vida, amo esos   paréntesis de media mañana cuando me echo de espaldas sobre la alfombra de pasto verde, y queda sobre mí  un techo tapizado de copos de algodón a los que comienzo a buscar formas, mientras los rayos del sol acarician mi panza.
Anoche, antes de retirarme a dormir me premiaron con un gran plato de comida de la que más me gusta.  La engullí feliz y agradecido, pues ¡vaya que si necesitaba reponer las energías!  “Panza llena, corazón contento” dice el dicho; habiendo cenado me entregué al sueño como cuando era pequeño y me acomodaba junto a mis hermanos y mi mamá, en el lecho familiar. Me sentí tan cómodo, que por momentos pensé que había vuelto a ser pequeño.
Es muy reconfortante saber que pertenezco a una familia que me quiere y me cuida, y sentir que nunca estoy solo.  Cuando los niños llegan de la escuela ya los estoy esperando con ansias para jugar un rato, antes de que se sienten a comer.  Por  las tardes, mientras ellos ven televisión, me echo sobre la alfombra y dormito a ratos, arrullado por el sonido de la gran pantalla, lo que constituye  una de las experiencias más reconfortantes.
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Un gran estruendo me cimbra; las placenteras imágenes y sonidos parecen fugarse en tropel, y todo cambia en un instante.   Mi mundo se rompe  como una gran pompa de jabón que explota y va a dar al suelo convertida en mil gotas.   Ya no encuentro las nubes de algodón, ni el sol baña mi panza. Todo lo contrario, un frío singular me recorre todo  el cuerpo;  la mullida alfombra  en la que hasta hace un rato retozaba ha dado paso a una gran incomodidad provocada por la rigidez de las frías baldosas.  Estoy totalmente solo, no hay niños que me llamen, ni risas cristalinas de ésas que quiebra el viento juguetón; me repliego en un rincón, y el único ruido que  alcanzo a percibir es el de mi propia respiración.
La noche ha caído; busco mi plato pero no puedo hallarlo por ninguna parte… Aunque, ahora que lo pienso, ¡nunca he tenido plato!, solamente hambre y frío, pero sobre todo miedo, mucho miedo. Recorro con la vista mi pelaje maloliente debajo del cual  los huesos se van  marcando más cada día,    percibo que me duelen.  Estoy condenado a vivir en un espacio muy pequeño como guardián de una propiedad que nadie habita; todo ello por un puñado de croquetas cada tercer día. ¡Ya no quiero estar solo en este lugar!  Soy un perro que no tiene nombre, ni dueños, ni amigos,  al que nadie enseñó a dar la pata o a rodarse sobre sí mismo, y que sigue vivo porque se aferra a los juegos de su imaginación, lo que le permite, al menos por un rato, albergar la ilusión de   ser un perro de familia  al que cuidan y quieren, que tiene una casa y una cama; un plato, y mucho espacio donde correr y jugar…

Cada vez que puedo cierro los ojos, me aíslo y trato de soñar, no  importa que más delante, como acaba de suceder, deba despertar a la realidad,  descubrir de golpe, una vez más, que toda aquella vida hermosa  ha existido en mis  sueños nada más.

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