DESDE “EL TORITO”
El próximo septiembre cumple once años de haberse
implementado el programa “Conduce sin alcohol”, mejor conocido como “Alcoholímetro”
en la ciudad de México, modelo que se ha reproducido en las grandes urbes así
como en los diversos puntos turísticos del país, y ha servido de modelo para
varios países sudamericanos.
Leía con atención un estudio de la encuestadora Parametría
que arroja interesantes cifras con respecto a accidentes automovilísticos
provocados por conductores bajo los influjos de alcohol u otras drogas; en
verdad es impactante la forma espectacular en que se han abatido las cifras de
percances ocasionados por individuos intoxicados.
Y claro, ha surgido de forma paralela el anecdotario de los
políticos como “el Niño Verde”, las “ladies” y los “gentlemen” que han
vociferado y amenazado, exhibiéndose de manera grosera en redes sociales,
cuando son sancionados por la
autoridad correspondiente. Y algún daño colateral ha tenido que pagarse
por daños, en ocasiones mortales, provocados por aquellos individuos que
pretenden escabullirse a la brava del módulo del alcoholímetro, causando
lesiones o muerte, ya a terceros, ya a su misma persona.
Posiblemente haya algún dato que se me escapa, pero hasta
donde sé, luego de once años, es el único programa en todo México del que no ha
habido menciones de corrupción. Repito, pudiera haber excepciones, pero a diferencia
de tantos y tantos programas que se han implementado en el territorio nacional,
y que de una y mil maneras han resultado contaminados por la corrupción, este programa ha sido muy afortunado en su
desarrollo, lo que debe de llenarnos de orgullo a todos los mexicanos, y ¡vaya
que si nos hace falta sentirnos orgullosos de lo que produce el país!, algo que
últimamente no alcanzamos a sentir con la intensidad con que lo sentíamos
tiempo atrás.
Con relación a las medidas de seguridad vial, como respecto a muchas otras normas ciudadanas, en
ocasiones hacemos como que cumplimos, pero nada más. En esta franja fronteriza resulta cómico,
aunque pueda encerrar además grandes tragedias, observar cómo mexicanos y
méxico-americanos, en cuanto cruzan la guardarraya, desabrochan su cinturón de
seguridad, lo que indica que en el lado norteamericano lo utilizan, no por el
beneficio que la sujeción representa, sino por el temor a la sanción
económica. Otro error muy característico
es llevar a los niños pequeños fuera del asiento especial para ellos, y más grave
aún, llevarlos cargados sobre el regazo, entre el volante y el cuerpo del
conductor.
De igual manera observamos conductores controlando el
volante con una mano, pues con la otra sujetan el celular a través del cual van
hablando. Y claro, aparte de la pérdida
de atención que implica hacer dos cosas a la vez (conducir y atender a una
conversación), el riesgo aumenta cuando además de esas dos actividades
utilizamos una mano para sostener el aparato, en lugar de usar un
dispositivo de manos libres.
Pero volviendo al alcohol y el volante, los datos de
Parametría son por demás interesantes: Las lesiones provocadas por accidentes
viales son la octava causa de muerte en el mundo, y la primera entre jóvenes
menores entre 15 y 29 años. En la ciudad de México ha disminuido en un 30% la tasa
de accidentes automovilísticos por conductores alcoholizados, y un 70% las
muertes por esta causa, pero aun así se tiene el dato de que en el 2011 en el
60% de los casos de accidentes automovilísticos, el responsable iba conduciendo
bajo los efectos del alcohol.
Las sanciones en nuestro país son más benévolas que en otros
países, y para evitarlas se han diseñado estrategias como “conductor
designado”, o las nuevas por parte de la iniciativa privada, que son los
servicios de conductor contratado. El
contratante llega a su fiesta, y a la salida su propio vehículo es manejado por
un conductor que él contrató en una agencia, y que llega al evento en
bicicleta.
En medio de este mal tan nuestro llamado “corrupción”, habrá
qué estudiar con detenimiento el programa de “Conduce sin alcohol” para
desentrañar las causas de su éxito luego de once años de iniciado. Recientemente una conocida tuvo que pasar la
prueba del alcoholímetro, y me relató asombrada la forma tan amable, respetuosa
y apegada a la norma con que se comportaron todos los elementos del módulo,
desde que le pidieron que descendiera de su automóvil, hasta que regresó a él
después de pasar la prueba. Cuando
aparejada a la autoridad formal hay autoridad moral, como fue el caso vivido
por esta persona, la ley se cumple y punto.
Ojalá que las instituciones, y los programas, y los
servidores públicos funcionen de manera tal que nos sintamos orgullosos de
tenerlos y obligados a respetarlos.
¿Cómo ven, lo promovemos como ciudadanos…?
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