domingo, 24 de agosto de 2014

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

DESESPERANZA
En lo relativo al nacimiento hay una tendencia actual, de la que muchos amigos pediatras son grandes apasionados: El nacimiento humanizado.  Se busca adoptar al modelo de nacimiento en el que el nuevo ser es recibido de forma  acogedora y amigable, claro, sin descuidar las  elementales normas de higiene.
Son muchas las investigaciones que señalan que cada evento traumático desde antes del nacimiento contribuye a la modificación de la intimidad celular, con efectos que llegan a ser altamente perjudiciales a lo largo de la vida.  Por ello este esfuerzo por actuar en todo aquello que rodea el primer contacto de un ser humano con el mundo.
Yendo más adelante, habría también que trabajar en conseguir para el niño un trato humanizado a lo largo de todo su desarrollo, que permita prevenir daños emocionales, en particular la depresión.  En las últimas semanas diversas voces vienen hablando acerca del suicidio, máxime  a partir de la muerte  de Robin Williams, a quien todos teníamos en el concepto de un artista sólido en lo profesional, exitoso en lo económico, y con signos externos que sugerían que era feliz.  Una de las primeras asociaciones lógicas es que tener fama y dinero equivale a tener felicidad, y así la mayoría de los afanes de la clase media tantas veces se encaminan a conseguir reconocimiento y dinero, con la convicción de que en automático traerán aparejada la dicha.
¿De dónde surge esta paradoja? Podríamos atribuirla al modelo económico  consumista, y su consigna de que somos en función de lo que tenemos, lo que nos lleva a una desesperada carrera por tener.   Pero, ¡vaya! los valores inculcados en casa difieren de esta falacia consumista… ¿Será entonces que los jóvenes de hoy están siendo formados por otras instancias más allá de la familia? ¿Será que los arquetipos que ellos toman provienen de fuentes como la televisión?...
En lo personal no veo telenovelas, simplemente no me gustan, y de lo poco que conozco percibo una tendencia  muy perversa para quienes, no teniendo otros modelos, se basan en los televisivos para definir sus personales objetivos.   En las tramas de telenovelas los protagonistas son rubios, de ojos claros, y poseedores de la dentadura perfecta así sean pordioseros. Los más importantes poseen un apellido aristocrático, y lucen impecables en su vestimenta, aún cuando  vengan saliendo de la boca de una mina.  Todos viven en cascos de hacienda o en residencias muy lujosas, y el dinero les permite hacer lo que les venga en gana…Modelos propios de un mundo consumista que pone precio a todo.
¿Cómo no se va a sentir basura el que más  frente a aquellos modelos perfectos…? Y vaya, si me receto telenovelas  con estos arquetipos falaces todas las tardes, claro que llego a suponer que eso es la vida ideal, y yo un caso perdido.
Lo anterior viene a reforzar arquetipos propios de la ambición, y contribuye a ahondar la percepción de un mundo caníbal, y a ratos carente de sentido que nos daña con  situaciones como la inseguridad, violencia, falta de equidad, impunidad y corrupción, y que refuerzan  de muchas maneras el mensaje de “tener para ser”.
Aquel caldo de cultivo genera una depresión de diversos grados, desde el desánimo hasta el total abatimiento, con un eje común, la presencia de un vacío existencial, que finalmente no se llena nunca con nada.
Hoy en día no hay mucho que contribuya a que el niño desarrolle su fuero interno, no parece haber mayor interés  para trabajar en ello.   Al contrario, todo lleva a sugerir que la dicha, y el éxito, y la prosperidad, están más allá de su propia persona, y por este camino se pierde más delante, arriesgando todo  para conseguir esas cosas de fuera, en una espiral interminable, muchas veces mortal.
No podemos prestar oídos sordos a esos silencios que gritan.   Nos toca iniciar un movimiento de “vida humanizada”. A los pequeños más abrazos y menos críticas; más palabras cálidas y apapachos, y menos condicionamientos. Más aceptación y menos competencia; más ejemplo y menos discurso;  más convivencia y menos tecnología.  
Un hijo de cualquier edad necesita sentirse amado hasta la médula de los huesos; necesita la confirmación de sus seres queridos de que vale y es importante  por el solo hecho de existir,  y no por lo que haga o deje de hacer.  Necesita satisfacer su sentido de pertenencia, saberse parte valiosa de un grupo que lo ama y acepta.
Me he topado con personas muy deprimidas que se apegan a las redes sociales como un bebé a su frazada preferida, tratando de sentir calor y seguridad. ¡Cuánto están pidiendo un abrazo cálido de sus seres amados!
El mal se llama “desesperanza”.  El remedio “trato humanizador”. Los médicos somos todos.

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