domingo, 12 de octubre de 2014

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

PUNTO DE INFLEXIÓN
Hoy todos los mexicanos somos Ayotzinapa: Los padres de familia somos esos padres destrozados cuya esperanza se niega a morir entre el olor nauseabundo de las fosas comunes repletas de cadáveres anónimos.

Cada uno de nuestros estudiantes es ese compañero normalista que hoy exige que regresen con vida a sus “compas”, 43 jóvenes del medio rural que soñaban con cambiar un pedacito de México desde sus aulas construidas con tierra y paja.

El problema se pretende abordar  como tantos otros, con discursos que se lleva el viento.

Los mexicanos ya estamos hartos de lugares comunes, de palabras huecas, de pronunciamientos asépticos que buscan acallar la verdad. Estamos  cansados de ver  cuántas veces la mentira es la moneda de cambio en el escenario político del país.

Gota a gota se nos acabó la capacidad de asombro frente a hechos cada vez más cruentos, al punto espeluznantes, que pretenden manejarse como cualquier otra cosa.

Nos estremece una realidad que vuelve estadística  la muerte de nuestros jóvenes, sus ilusiones; la esperanza de sus padres; el dolor de familiares y amigos, como si nunca hubieran existido.

Ayotzinapa es el punto de inflexión para que México, a través de todos y cada uno de nosotros vuelva al cauce del desarrollo institucional, comenzando por reconocer en todo mexicano sin excepción, su dignidad como ser humano, y a partir de ello restaurar las garantías que ha ido perdiendo cada vez más.

Hemos creado un sistema que apuesta a las formas por encima del fondo,  a las apariencias sobre el contenido; un sistema que se enfoca a pretender antes que ser, y que busca  que se aplaudan las buenas intenciones, amén de que  los resultados laceren en lo más hondo.

Caminamos a pasos agigantados hacia el terrible momento histórico en el cual no habrá una sola familia mexicana que no llore un muerto o un desaparecido.

Ayotzinapa marca el punto de inflexión en el que  habrán de imponerse las ideas por encima de los azoros; la inteligencia por encima de los sordos rencores de  la rabia. Y más vale que lo asumamos como un problema de tales dimensiones, que no va a   aplacarse con un puñado de promesas.

Frente a todo esto surgen dos figuras esperanzadoras: La ministra de la SCJN Olga Sánchez Cordero recibe la medalla al Mérito Cívico “Eduardo Neri y Legisladores 1913”, y en su discurso de agradecimiento hace un llamado a la inaplazable función de dignificar la condición humana. “Es necesario reforzar la perspectiva de derechos humanos en todas las acciones del Estado (…) quien no es sensible a la condición de las personas en situación de pobreza o discapacidad, elimina la condición humana”.

Por otra parte complace la noticia de que Malala Yousafzai  será galardonada con el Nobel de la Paz. Figura icónica de la niña-mujer en un sistema represivo en contra de su género que quiso  acallarla a balazos, una voz que en ningún momento ha  desfallecido en  sus demandas por el derecho a la educación, reconociendo que la verdadera lucha santa es a través del estudio.

“Queremos un México justo y libre”. Ha expresado en forma valiente Omar García, un normalista, sobreviviente de la matanza de Iguala.

A su clamor se suma el nuestro, el de cada padre y madre; el de cada hermano, el de la esposa, el de los hijos pequeños… Se suma el de cada ciudadano que va asimilando que el cambio es necesario para que el país no se caiga a pedazos.

Una gran tarea comenzar a restaurar nuestras instituciones, planificar cómo sanear la descomposición social que nos ha convertido en rehenes de nosotros mismos. Pero no hay de otra, tenemos que entrarle todos, dado que es la única vía para salir adelante.

Es tiempo de abandonar para siempre el estéril deporte del señalamiento y la quejumbre,  para sustituirlo por una actitud proactiva: ¿Qué necesita mi país? ¿Qué  hay que hacer? ¿Qué  elemento extra puedo aportar? 

Comenzar a ser congruentes entre el dicho y el hecho; entre lo privado y lo público, sin dobleces ni oscuridades, para ganarnos una autoridad moral que nos permita gobernar sobre otros,  en el hogar frente a la familia; como patrones en  la empresa, o como simples ciudadanos, bajo el principio de que ser autoridad implica mantener  una conducta intachable. No es  colocarse encima de otros para sacar ventaja personal, sino para planear estrategias de desarrollo que a todos beneficien.

Hay que rescatar del olvido palabras como honradez, integridad y congruencia.  Retomar en serio  la escala de valores para dejar de ver al abusivo como próspero y al honesto como estúpido.

Es tiempo de entender que la condición humana no se tasa en pesos y centavos, y que valemos mucho más que eso.

Hoy todos somos Ayotzinapa,  con la mira puesta en el bien de nuestro amado México.

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