El verso de una canción popular expresa una trágica realidad nacional.
Dice la canción que en México la vida no vale nada. Y así lo comprobamos en las noticias todos los días.
Ya ve, unos niños murieron aún antes de que les pusieran el brazalete de identificación. O sea que murieron de manera anónima.
Igual se murieron cuarenta y tres estudiantes por la barbarie de unos matones con placa.
Casi doscientos campesinos indocumentados fueron asesinados en Río Bravo, Tamaulipas.
Ya nos acostumbramos a las tumbas anónimas y a la cocina de víctimas en tambos de aceite.
Es asunto prioritario volver a los días en que la muerte importaba. Y para eso hay que acabar con la impunidad y el trato trivial a los números de la muerte.
Esto es, recuperar en México la reverencia por la vida.
Que nos importen los vivos y hasta los muertos. Para todos debe haber un lugar en la crónica cotidiana de un país que ya toma a trivial la muerte de cinco o cien prójimos.
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