MUCHA MADRE
El valor de una palabra es inconmensurable, aunque son pocas
las veces cuando reparamos en ello. Hay
palabras que han cambiado naciones enteras o que han marcado nuevos significados
para viejos paradigmas.
Durante estos últimos días dos palabras muy poderosas han
rondado mi mente aleteando como pájaros necios propuestos a ser atendidos, tal
vez se debió a que la transición de
abril a mayo tiene un especial significado para mi familia, y de alguna manera
la proximidad del 10 de mayo hizo también lo suyo en mi cabeza convirtiendo
aquel vuelo de pájaros en una ronda interminable que finalmente capturó mi atención.
Reconocimiento y sentido de pertenencia son las dos
poderosas palabras que me acosan exigiendo ser tratadas en este pequeño espacio,
en el que busco semana a semana comenzar a entender al mundo. Son dos palabras parapetadas detrás de muchos
hechos que nos han estremecido en los últimos tiempos, palabras que revientan en
estruendos mayores como gritos, exigencias, sollozos, o rugidos de plomo que
matan.
¡Cuánto bien hace un gesto de reconocimiento, y cuándo daño
hace su ausencia! Un niño pequeño que trae del kínder ese dibujo informe de sus torpes manitas que para él tiene un simbolismo
especial, ¡cuánto goza con la atención empática de la madre! Obvio, ella es la
única sobre el planeta Tierra que podría interpretarlo, pero tal vez sea tan
primitivo el bosquejo que ni aún ella lo
logre, pero ese minuto o dos que destinó de manera exclusiva para el niño,
habrán hecho mucho por el futuro adulto.
Ahora recuerdo alguna frase con relación a los regalos
cuando somos niños, que inclusive ha sido utilizada para algún comercial
televisivo: A un niño no le importa tanto qué le regalen sus padres, sino cómo
lo hagan sentir, aspecto tantas veces
soterrado, subestimado o acallado en un mundo altamente consumista, digo yo.
La lectura que damos a los hechos que afectan a nuestro
México de hoy puede ser muy diversa.
Habrá quien hable de los indicadores macroeconómicos; habrá quien
atribuya todos los males al partido en el poder, o al que lo precedió. Habrá quien señale que ha sido el alejamiento
de Dios lo que nos ha colocado en donde estamos actualmente… En mi personal
punto de vista regresan esas dos palabras necias que rondan como aves:
Reconocimiento y sentido de pertenencia.
Ese niño pequeño que no halla un lugar en la familia, que no
se siente tomado en cuenta, y al que se hace a un lado frente a asuntos que los
mayores consideran “que sí son importantes”… ese niño que vive solo sus grandes
tragedias de la rodilla raspada, el miedo al perro de la cuadra, o la angustia de que a sus padres los maten “los
malos”… Ese niño que se come sus lágrimas solito cuando todos están muy
ocupados, sobre todo a la hora de la telenovela… es un niño que va creciendo
carente de reconocimiento y por ende de autoestima. No desarrolla ese sentido de pertenencia en
casa, puesto que no hay lazos solidarios con sus seres queridos. No es que los restantes miembros no lo amen,
claro que no, es simplemente que él no lo percibe así, porque nadie destina cotidianamente un tiempo de calidad
exclusivo para él.
Reconocimiento y sentido de pertenencia: Crecer con la
autoestima hecha jirones no garantiza el desarrollo de un adulto positivo y
emprendedor sino todo lo contrario. Ese
no sentir que se pertenece a un núcleo familiar que lo ama de manera
incondicional y que lo respalda en cualquier circunstancia, lleva al joven a
buscar núcleos alternos donde hallar un poco de solidaridad. Los chiquillos que entran a bandas delincuenciales
pagan cara su novatada pero lo hacen con gusto, sintiendo que finalmente pertenecen a un
grupo.
Necesitamos mucha madre en la familia para hacer sentir que
existe el amor incondicional, el que nos corresponde por el simple hecho de haber
nacido. Es indispensable que el pequeño
se sienta seguro, con la certeza de que no va a pasarle nada malo. En el corazón de la madre se anclan los más
altos sueños del hijo, y en su fortaleza de mujer se impulsa el motor que ha de
llevar a ese hijo a desplegar las velas de su nave.
Necesitamos mucha madre en el hogar para aceptar a los
hijos, cada cual con sus propias características, y amarlos a todos por
igual. En su infinita percepción
comprenderlos; con su especial paciencia guiarlos, y con la dulzura de su
corazón encaminarlos por el sendero de su realización personal.
No queremos hijos incrustados en el nido familiar. Desde el instante cuando nacen ellos tienen
su tiempo y su espacio propios, y a la madre le toca verlos partir con alegría
en su corazón.
Reconocimiento y sentido de pertenencia: Feliz día a las sabias arquitectas de nuestro mayor
patrimonio, nuestro tesoro más hermoso.
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