domingo, 14 de junio de 2015

"Competir": por Rosaura Barahona



Siempre he pensado que los norteamericanos son demasiado estructurados para mi gusto (aunque quizá por eso tienen el país que tienen). El temperamento latino y tropical heredado por mí es más relajado y no se cree muchas de las cosas que, de repente, se ponen de moda.


Por ejemplo, competir. Supongo que en los negocios, en los deportes y para enriquecerse está bien, pero a título personal a mí me da mucha flojera porque siempre hay un lugar para quien hace las cosas bien sin necesidad de competir.


Como mi energía es limitada, desde niña decidí que no competiría nunca por un primer lugar ni por la mejor calificación o por ser la más lista o la más deportista. Y me dio muy buenos resultados.


Los chamulas no compiten porque sienten que hieren a aquél con quien se compite. Yo debo tener algo de chamula porque no le he visto nunca el sentido a competir: siempre habrá alguien más fea y más bonita que yo, más inteligente y más tonta, más joven y más vieja, más rica y más pobre, más gorda y más flaca, más simpática o más antipática. ¿Y por qué debe eso afectarme?


Esto se lo cuento porque a raíz del programa del domingo pasado enelnorte.com mucha gente me escribió extrañada de que yo no planeara nada en mi vida y me preguntó por qué.


La respuesta es muy sencilla: porque jovencísima planee mi vida estudiantil hasta el doctorado, junto con mis papás, pero luego a mi papá se le ocurrió morirse a los 58 años, sin decir agua va y todo se vino abajo. Desde entonces, juré no planear nada y lo único que planeo son los boletos de avión que debo comprar cuando voy a algún lado.


Y al no competir disfruto mucho a mis alumnos, ex alumnos, colegas y amigos. Me encanta ver cómo me superan en cualquier dirección que tomen. Disfruto sus doctorados o publicaciones y me alegra ver sus nombramientos en puestos altos o verlos convertidos en padres maravillosos y deportistas excepcionales.


Por eso tampoco me cuesta pedir disculpas o perdón cuando meto la pata (que es con frecuencia). Creo que vivir al tanto de la vida de los demás para ver cómo evitamos que sean mejores que nosotros debe ser infernal.


Por eso también, desde hace tiempo, decidí hacerle caso a mi instinto, al que durante muchos años sometí a mi razón hasta que me di cuenta que la intuición no me fallaba y lo racional, sí, así que lo puse en segundo lugar.


Quizá por eso me siento tan libre en tantos sentidos. Porque me valen sorbete muchas de las cosas que angustian inútil y enfermizamente a otras personas. ¿Repetir un vestido de gala? Hasta el cansancio. Nadie se acuerda qué llevaba y si se acuerda, ¿cuál es el problema?


Alguien me dijo hace tiempo que me apurara porque venían editorialistas muy buenas tras de mí y me iban a quitar mi lugar. ¿Cuál lugar? ¿Cuál lugar mío? Estoy ahí por generosidad del periódico y nada más. Las editorialistas jóvenes me caen muy bien, las leo, aprendo de ellas y las admiro. Ni ellas tienen por qué competir conmigo ni yo con ellas. Todas somos únicas y diferentes y por eso estamos ahí. Y, por supuesto, algunas son mejores que yo a pesar de su juventud.


Meterle zancadilla a alguna que me pareciera amenazante sería una reverenda estupidez. No le hago daño a ella, le hago daño a quienes la leen y elimino la posibilidad de que algunos lectores reflexionen, cambien o confirmen sus puntos de vista a partir de sus textos. Y si alguien necesita eliminar o neutralizar una amenaza para seguir haciendo lo suyo, está mal.

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En fin, que vivir “de oído” (improvisar sobre la marcha), no planear, no es un pecado. Como tampoco lo es no creer en el concepto de “éxito” norteamericano. ¿Quién es exitoso? Desde el taquero que hace los tacos de frijoles más ricos de la ciudad hasta el empresario que sale en Fortune. Desde el ama de casa que disfruta su casa y a su familia hasta la ejecutiva que viaja por el mundo exponiendo proyectos propios con reconocimiento universal.


Desde quien disfruta estar en su hogar de Fomerrey, Las Mitras o San Pedro hasta quien puede ir de casa en casa por el mundo en su avión particular. El éxito no es externo, sino interno; por eso, mientras usted no se sienta a gusto consigo mismo seguirá compitiendo para ganarles a los demás.

Tomado de su blog con autorización de su autora.

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