domingo, 15 de mayo de 2016

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


Estando al lado de aquellos que sufren por una seria enfermedad que aparece intempestivamente, cuando nadie siquiera la sospechaba, entiende uno que tan solo está en la sala de espera continuamente y que ni siquiera sabe cuando oirá su nombre o simplemente le dirán, "el que sigue".

Al no saber que turno tiene, no puede uno estar preparado, es totalmente al azar, pero tarde que temprano en esas que hoy vemos al prójimo, ahí estaremos de una u otra forma.

Hay quienes hacen antesala sufriendo por adelantado, alucinando con fantasmas que aparecen en todo, hacen una vida por demás penosa, ya que viven la desgracia por adelantado y a veces la sufren de tal manera que pareciera quisieran ejercitar el alma para que no los tome por sorpresa.

Los optimistas, los que decidimos -me incluyo en este grupo- pasar el tiempo de espera, sin quedarnos encerrados en esa sala de cuatro paredes que asfixia y a veces enferma más que cualquier padecimiento, nos reconfortamos con el diario amanecer, encontramos en un buen café y en una charla, en el apoyo a los otros que ya fueron llamados a pasar la forma de apreciar la vida, sin quedarnos pasmados por el miedo a lo que pueda acontecer, sabiendo que no podemos ir contra el destino, pero si contra nuestros temores y vencerlos.

Aprendo de estas personas, que han lidiado ya una o más batallas, de su entereza, de esa capacidad de enfrentarlas con actitud positiva, con una voluntad que rebasa lo imaginable aun por ellos mismos. Gente que ante el embate de la desgracia, se muestra con un poder que seguramente radica en su fe, en Dios, en la vida, en un futuro que anhelan tener, porque hay alguien o algo que definitivamente los llama a salir triunfantes de esta difícil situación.

Más de una vez he querido tener la actitud o palabras que les den aliento, más de una vez han sido ellos los que me han dado una lección de fortaleza y voluntad y me he sentido yo el favorecido. Su cuerpo debilitado, minado por la enfermedad encierra entonces un espíritu que se alimenta de fe, de voluntad, de esperanza y pareciera más vigoroso que nunca.

En la antesala del destino, sea cual sea, sabiendo que un día puedo ser "el que sigue" abro mi ventana al mundo y contemplo todo lo bueno que en él hoy estoy viviendo, comparto con los menos afortunados y aprendo de aquellos que son maestros en el arte de crecerse al castigo y sacar la casta, con ellos doy fe de que soy más que un vulnerable cuerpo, un espíritu al que tengo que fortalecer diariamente, en un gimnasio espiritual que es totalmente gratuito y apto para todo ser humano.

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