Mujer, compañera de marcha, no detengas tu paso en la continua búsqueda de ti misma.
Que nadie más allá de tu propia voluntad señale los límites de tu pensamiento.
Sueña en total
libertad, más allá de los arquetipos que pretenden verte marginada.
Naciste para ser una con la vida. En tu vientre se aloja el núcleo primigenio
de la creación a través del cual se cumple en el mundo la obra divina del
Altísimo.
Se ha posado sobre tus hombros el universo con todas sus
galaxias, es tuya la luz infinita que ilumina las verdades humanas.
Eres amante de la justicia, defensora del bien. No permitas que nadie ponga precio a aquello
que te fue dado de nacimiento.
En el centro de tu pecho palpita el amor, ese amor a la vida,
a la naturaleza con todas sus criaturas grandes y pequeñas.
Tuya es la capacidad de sentir con los demás, y en esa
compasión devolver al mundo la fe perdida.
Mujer, somos tú y yo esperanza, somos aliento que impulsa a no desfallecer cuando
las fuerzas se agotan. Somos bordadoras
incansables en el bastidor perpetuo de la vida.
Cuenta nuestra voz, cuenta nuestra férrea voluntad, cuenta
la ruta que señalan estos pasos que hoy damos
para que los andantes de mañana no se extravíen.
Sigamos así, firmes, enteras, siempre adelante, teniendo por
puerto el sol que se oculta detrás de
las montañas.
Cuando llegue nuestro tiempo partamos como la brisa, serenas y en silencio.
Detrás vendrán aquellas que habrán de continuar la preciosa tarea de otorgar a la vida ese especial sentido
último que la vuelve la maravillosa oportunidad de trascender.
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