LECCIONES DE OTOÑO
No hay una razón
única sino muchas que vuelven para mí el otoño la época más hermosa del
año. Las tres estaciones restantes
hablan de florecimiento, fructificación y decadencia. La sabiduría del otoño me
atrapa, por sus nobles lecciones de vida ante la recta final.
Gozo el verde de los paisajes primaverales, sin embargo los
ocres de esta época me cautivan. Puede
permanecer lago rato mirando una sola hoja de maple que luce sus colores cálidos,
del rojo al púrpura. Habla de madurez,
de una esencia poderosa del árbol, que
no teme perderse en las hojas que deja caer al suelo, con cada viento que sopla
sobre sus ramas.
Hasta ahora no he conocido una hoja que no caiga con gracia
haciendo cabriolas desde el sitio donde brotó y creció –su hogar--, hasta su
destino final en el suelo. Cada una de
ellas adopta un estilo muy particular para ir meciéndose, tal vez girando en su
trayecto aéreo hasta terminar, del mismo modo que hacen sus hermanas,
conformando una alfombra multicolor pero de corta vida, que pronto termina deshecha por
algún otro viento travieso, o por la iniciativa del hombre que llega con su
escoba a romper aquel efímero equilibrio foliado.
Qué lección de desprendimiento, de dejar ir aquel nicho al que ya no se pertenece. Qué manera de
asumir el destino que corresponde a su condición de expatriadas, tienen las hojas. ¡Tanto qué
aprender de ellas!
El otoño enseña que nada en esta vida es permanente, y que
nos corresponde ser dóciles a los cambios que va imponiendo la edad. Esto es, aprender
a envejecer con gracia y una buena dosis
de buen humor, pero sobre todo con un sentimiento de gratitud por todo lo que
la vida nos ha permitido experimentar.
Es el tiempo de hacer cuentas con nosotros mismos, para entender de qué
modo hemos sido bendecidos, de tantas y tan variadas formas hasta el momento de
efectuar esta respiración. El ocre del
otoño invita a eso, al agradecimiento.
Eventos como el vivido en el país la semana que termina llaman al niño interior que todos tenemos
dentro, tantas veces anestesiado, de modo que no alcanza a percatarse de las
maravillas que ocurren en derredor. La
formación de cristales de nieve como
estrellas a partir de agua y frío refuerzan mi convicción personal, de que los prodigios de la naturaleza son
incontables, sin embargo vivimos distraídos –como dijera Facundo Cabral-- y no
los percibimos. Salir a ver cómo cae la
nieve con sus grandes copos que de inmediato se prenden de la ropa y pronto se
derriten; sorprendernos del modo como la nieve forma una alfombra que va
cubriendo todas las superficies que encuentra a su paso; divertirnos jugando
con la nieve entre las manos como cuando éramos pequeños. Es un modo de reavivar nuestra alegría
innata, que tan fácilmente dejamos que se apague por cualquier razón, tantas veces absurda. Es darnos cuenta que no es tan
complicado sentirnos alegres por las
pequeñas cosas que suceden cada día, porque finalmente, la felicidad es
cuestión de actitud, es como una mochila que cargamos a lo largo de la ruta
para hacer del andar algo digno de ser vivido.
Es la provisión que llevamos para recorrer el camino.
¡Cuántas grandes lecciones nos trae el otoño! La mansedumbre
para acatar el orden perfecto del cosmos; la docilidad para atender los tiempos
que nos va correspondiendo vivir. La
profundidad como seres humanos, para que a pesar de aquello que vamos perdiendo
por el camino, no se agote nuestra esencia.
Otoño es empatar con la vida y actuar de manera divertida y
graciosa, aun en las caídas. Es
descubrir que muchos contemporáneos más están en las mismas circunstancias que
nosotros, y sabernos arropados por una hermandad. Es apoyarnos unos a otros en los momentos
difíciles, que por cuestión de la edad van siendo más frecuentes, y es también
aprender a ahijar con sentido del humor, aquellas limitaciones que el paso del
tiempo nos impone.
Llegar al otoño no implica desechar nuestros sueños de
juventud. Es emprenderlos de manera
entusiasta, pero ir cerrando círculos de
aquellos propósitos que se van cumpliendo.
Es entender de mejor manera que cuando éramos jóvenes, que el paso del
tiempo es absoluto, y que querer detenerlo es una forma de engaño que nos roba
tiempo.
Encaminarse por esa recta final es sentir el orgullo de
haber llegado hasta este punto en condiciones de seguir andando por cuenta
propia. Es voltear a ver lo afortunado
que ha sido nuestro trayecto, colmado de bendiciones que se han hecho presentes
día con día.
Es hacer un alto en el camino para dimensionar el tramo
final, efectuar un recuento de aquello que tenemos para una buena marcha, y
emprenderla con el mejor de los ánimos.
¡Bendito otoño que me permites entender todas estas
realidades de la vida de manera tan bella!
Los títulos que pone a las entradas son muy creativos, y hasta el título del blog. Me encanta.
ResponderBorrar¡Gracias!
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