EPIFANÍA BLANCA
Me tomó por sorpresa.
Las gotas de lluvia fueron transformándose con rapidez en
aguanieve y finalmente en copos níveos.
Mi rutina de la primera hora de la mañana se vio felizmente interrumpida
por este regalo del cielo.
La naturaleza nos obsequia una nueva lección cada día. La mía de hoy fue acerca de la docilidad. Es maravillosa la forma como los grandes
copos de nieve van cayendo, pareciera que se mece cada uno por impulso propio,
hasta tocar el suelo. Al depositarse sobre
una superficie lo hacen en completo silencio, a diferencia de sus hermanas las
gotas que emiten, desde un discreto “plic” hasta un espectacular “plum” cada
vez que chocan con un objeto duro.
Los copos nos enseñan además el sentido de la
solidaridad. Van cayendo uno sobre el
otro y sobre el otro, hasta integrarse en una masa homogénea que se adhiere con
particular apego a los sitios que toca, y que al filo del mediodía, cuando el sol asoma y las avecillas que ya se han
desperezado, dejan escuchar sus primeros trinos, empezarán a convertirse en
agua.
El panorama luce estático bajo ese manto de blancura que se
engruesa de tanto en tanto. No parece
haber vida en las calles ni en los patios, como si los seres vivos cuidáramos
de no romper ese encanto con algún movimiento, y hasta el más ruidoso de los
chamacos guardara sus sonoras manifestaciones para después.
Viene a mi mente la palabra “paz”. Este blanco bendito que
todo cubre y calma nos invita a creer en ella, a revestirnos de su pureza, en particular en esta temporada cuando los ánimos –de manera paradójica
al sentido de la fiesta-- fácilmente caldean por efecto de la agitación y el
alcohol.
Doy gracias a Dios por esta hermosa lección previa a la
Navidad, que me ayuda a no perder de vista cuál es la esencia de la fiesta, el
sentido último de la celebración. Se
trata del amor en la mayor de sus manifestaciones, se trata de Jesús que vino
para dar la vida por cada uno de nosotros.
...Que mi corazón no lo olvide.
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