domingo, 29 de abril de 2018

VIÑETAS por María del Carmen Maqueo Garza



ORACIÓN DEL VERDOR

Amanece. Gracias, Señor, por poner frente a mis ojos de este modo  la palabra "equilibrio".

Va despertando la naturaleza.  Despliega la vastedad de estímulos con  que hoy me regala.

En el verdor pujante del amanecer cada ave tiene su espacio y su voz.

Vuelvo al origen de la vida, a tratar de entender cómo es que aves de plumajes tan distintos consiguen convivir en armonía. Ni siquiera  la vanidad del cardenal rojo amapola se resiste al orden.

Hay gritos agoreros que se encuentran en el aire con chirridos que llegan a ser armónicos.  Más allá un tum-tum marca el ritmo de la danza que emprende la naturaleza solo para mí. Por acá un canto como chasquido en las diestras manos de la crotalista.

Es frente al amanecer que palpita a temprana hora, antes de que las acciones del hombre ensordezcan trinos y cantos,  que consigo medir mi talla real, y entender la pequeñez de mi ser en el cosmos.

A mis cavilaciones las interrumpe el golpeteo de alas del ave cubierta de charol.  Reta al rugido de los motores de una pesada máquina que cruza la bóveda celeste.  Me admira cómo la silencia.

Más allá algo cae del árbol de pesadas ramas.  No logro precisar si sea una hoja que se desprende o un ave que se lanza en picada por un grano oculto entre los verdes copetes de césped.  Habrá que esperar con la mirada atenta para descubrirlo.

Hay árbol para todos, grandes y pequeños; veloces y lerdos; tempraneros o tardíos.  Hay fronda para todos, frescura al  cansancio de cada uno.

Pienso en nosotros los humanos y nuestra pasión por adueñarnos del mundo: ¿Por qué pelear si hay árbol para todos?

Aquí frente a mí se cumplen los ciclos de la vida con mansedumbre. Como viva lección que me veo obligada a compartir.

El concierto de la naturaleza me deja  sin saber responder  a la pregunta: ¿Cuál es mi canto, Señor?


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