domingo, 25 de octubre de 2020

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez

Nadie experimenta en cabeza ajena. Un dicho frecuente que lleva en sí una gran verdad. Es difícil aprender de lo que no nos afecta directamente;  siempre queda la idea, de que a nosotros no nos va pasar tal o cual situación, o que nosotros vamos a saber manejarla mejor. En fin, creo que en ocasiones nos consideramos con inmunidad fisiológica y emocional que nos librará de todo aquello que a otros les afecta.
     Lo más triste, no es no aprender de experiencias ajenas, sino que tampoco lo hacemos de las propias. Como individuos y como sociedades la historia muestra que una y otra vez repetimos los mismos errores y a pesar de sufrir las consecuencias a corto plazo, pareciera que la memoria no es suficiente, como si retar a lo que ya nos ha dejado cicatrices profundas, o pérdidas incluso, nos fuera nuevo, o tan distinto que no lo reconocemos, o quizá sentimos que la vida nos da otra oportunidad para ahora sí salir victoriosos, aunque obvio sea que se repetirá la historia,
      Viviendo como actualmente lo estamos haciendo, una terrible contingencia, en medio de ella y ni siquiera en vísperas de que ya vaya a pasar, seguimos teniendo conductas inconscientes, que provocan empeoramiento, y más allá de que nuestra falta de sensibilidad nos llevará a un daño tan solo personal, esta falta de conciencia social involucra a muchos otros, los que como daño colateral de nuestro comportamiento errático, resultan afectados.
     Se dice que saldremos de esto con otra forma de ver al mundo, a nuestros semejantes, pero si en plena crisis, viviendo la incertidumbre, el miedo, el dolor de amigos y familia que enferman, que fallecen, no somos capaces de mantenernos informados, de educarnos y educar a otros, de exigirnos a nosotros mismos seguir las medidas pertinentes, sin que se nos tengan que imponer. Si seguimos dejando en manos de otro la responsabilidad que cada uno tenemos en lograr ganar esta batalla campal contra el virus malévolo; si nos conformamos con culpar a otros sin cumplir la mínima parte de lo que nos corresponde, no esperemos resultados positivos, y aceptemos que solo somos una parte y quizá la más importante del problema.
     Aprendamos ya de nuestras experiencias y no exijamos a otros lo que no somos capaces de ofrecer, empecemos en trabajar con nuestras actitudes y en ser líderes a nivel de casa, de familia; en normar conductas que mitiguen este grave contagio.
     Ni la consanguinidad, ni el cariño fraterno a los demás, limitan la posibilidad de contagiarnos. Hoy vamos por la salud y por la vida, hasta donde nos sea posible defenderla, que no quede en la conciencia de nadie no haber hecho lo suficiente por si mismo y por los demás, dejemos a un lado la indolencia.

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