PARADOJAS DEL TIEMPO
El tiempo es quizá el único elemento que no podemos hacer
nuestro a plenitud. Su paso inexorable
escapa a la voluntad del hombre. Un
rato cualquiera volteamos para atrás y descubrimos que los años han pasado, tal
vez sin percibir cómo, y que ese presente de ayer hoy se ha vuelto memorias.
Una cualidad propia de la infancia es que no nos percatamos
del paso del tiempo. Vivimos nuestros
días a plenitud, en particular los sábados, en los que no rige un horario
oficial sobre nuestras actividades, se vuelven poco menos que eternos. Tal vez sea el día para convivir de manera
más estrecha con la familia o con los amigos, y dicha diversión logramos que se
prolongue de un modo maravilloso. Pasa
el tiempo, termina el día, y sin percibir ni como, una serie de memorias se ha
sumado a nuestros archivos internos para siempre.
Es muy frecuente descubrir de qué modo los recuerdos de la
niñez modelan lo que somos más delante.
Esos sueños y juegos de niños van dando forma, poco a poco, a nuestro yo
adulto. De alguna manera uno y otro
tiempo se relacionan de manera estrecha.
Es muy común escuchar a las prestigiosos personajes revelar que el embrión del quehacer que los ha
llevado a la cúspide nació en los primeros años de vida, generalmente de la
mano de un adulto cercano a ellos.
Otra forma de modificar el tiempo es a través de la
lectura. Desde una página que recorramos
con la vista, podemos hacer nuestras las experiencias habidas por los
personajes, de modo que modifiquen nuestra forma de ser y de pensar. A través de la lectura vivimos vidas ajenas
que, de alguna manera nos apropiamos. A
través de las líneas de un libro conocemos otros tiempos, otras latitudes y
distintas pautas de conducta que enriquecieron los escenarios que el escritor
narra para nosotros. Llegamos a hacer nuestros los personajes entrañables que su
pluma vuelca en las páginas, personajes que, aunque sean de ficción, parten de
la condición humana común a todos nosotros.
Llega a ser tan apreciado por nosotros un personaje, que igual sufrimos
con sus desgracias y nos gozamos con sus logros, como si se tratara de un buen
amigo que se acerca a contarnos parte de su vida.
Volviendo un poco a la forma de transmitir los hechos que
ocurren en torno a una persona o a una comunidad, se han encontrado vestigios
de distintas formas de comunicación humana.
En su momento fueron sonidos percutidos a la distancia, en lo que se
denominaba “telegrafía acústica”, los que daban cuenta y razón de las
necesidades o del estado actual de un grupo humano. Más delante fueron los juglares, quizá la
primera forma de difusión personalizada de las noticias: El vocero llegaba a un
pueblo, reunía a sus habitantes y comenzaba a dar a conocer lo ocurrido en
otras comunidades. Posteriormente
tomaba las novedades de la población visitada, para difundirlas más
delante. Nosotros, que vivimos una
época de comunicación instantánea, no podríamos ni acaso imaginar esa dilación de tiempo para conocer los hechos
de otras latitudes.
Las primeras formas de correo surgen aproximadamente 500
años AC. De este modo el mensaje
personalizado que un ciudadano deseaba enviar a otro en una localidad ajena,
contaba con un sistema de transporte y entrega que garantizaba el proceso.
Así es como desde el principio de la vida consciente, el ser
humano ha intentado ampliar la memoria
de su existencia. Lo ha hecho también a
través de pinturas rupestres y petroglifos.
Más delante, ya hacia la Edad Media, sistematizó su forma de transmitir lo propio a futuras
generaciones. Conforme ha pasado el
tiempo, las técnicas para esta transmisión se han ido perfeccionando y
agilizando, de modo tal que, hoy en día, al universo de libros registrados a
nivel internacional, se suman títulos de
obra nueva, reeditada, traducida y convertida a versión electrónica. La oferta literaria es infinita.
Ahora bien, ¿cómo invertimos nuestro tiempo los ciudadanos
del tercer milenio? En ocasiones tenemos la impresión de que, pese a la
multiplicidad de recursos con los que contamos hoy en día, el tiempo se nos va
sin darnos cuenta de qué modo. Aun
cuando no tenemos que recurrir a métodos anacrónicos para comunicarnos, el
mensaje que enviamos muchas veces no alcanza a ser lo preciso que deseamos.
Estas son las paradojas que invitan a reflexionar en nuestra propia conducta.
Hacer del tiempo nuestra mejor herramienta. Gozarlo como niños y aprovecharlo de forma
inteligente. Recapitular lo aprendido y
dejar memoria para otros de nuestra propia experiencia. Mentalizarnos en crear un sentido de
comunidad aquí y ahora, para beneficio de los humanos de todas las épocas. Antes de que la carrera del tiempo nos deje
atrás. Ya que la vida no admite segundas ediciones.
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