domingo, 16 de octubre de 2022

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

CUANDO CAE LA NOCHE

Debo confesar que no conocía a Annie Ernaux. Comencé a leerla para desentrañar los motivos que llevaron a otorgarle a esta autora el Premio Nobel de Literatura 2022.  Leí algunas críticas acerca de su obra, la cual califican de “muy humana”.  Siento que ese enfoque es justo lo que necesitamos en estos tiempos en los que un individualismo, a ratos patológico, nos invade.

“No he salido de mi noche” es un relato autobiográfico a través del cual la escritora narra sus estados de ánimo ante el deterioro físico y mental de su madre, a causa del Alzheimer.  Entre líneas nos da a entender que no estaba en condiciones de atenderla en su domicilio, por lo que la interna en una residencia para ancianos, a la cual acude periódicamente a visitarla.  Vamos siguiendo, de mano de la autora, el progreso del deterioro neurológico que sufre su madre, antes de eso una mujer brillante que se valía por sí misma.  Ella mete el dedo en la llaga para recordarnos que la vida es eso, un avance del tiempo por encima de nuestra apariencia y nuestras capacidades.  Una progresiva declinación de la potencialidad del joven, que se va reduciendo precisamente a eso, lo que ella describe con todo acierto con estas palabras:  Tenía la impresión de encontrarme en un tiempo en que ella ya había dejado de existir.

Me identifiqué de singular manera con sus sensaciones como hija.  Mi madre pasó por algo similar, en una casa de retiro que fue atestiguando su progresivo deterioro.  Por cuestiones geográficas yo no pude estar lo cerca que hubiera querido, pero mi hermana, que sí podía visitarla periódicamente, nos daba cuenta y razón de su estado, de qué tan responsiva la encontraba en cada visita, y también de su progresivo deterioro.  En mi condición de médico de la familia, yo tomaba decisiones en lo que a su salud correspondía: eventos que iban surgiendo a través del tiempo, y hasta qué punto era recomendable hacer tal o cual cosa.  De los postreros días en que me tocó convivir con ella, la penúltima ocasión se hallaba de excelente sentido del humor; platicaba con mis hijos, mi hermana y conmigo, y hasta se reía, pero en un momento tuvo un desbalance cardíaco que obligó a que la retiraran de la sala de visitas para pasarla a su cama con oxígeno.  Al siguiente día –de hecho, el último que la vi con vida—su estado anímico no era bueno, parecía enojada  durante toda la visita.  Me despedí de ella advirtiéndole que me regresaba a casa y que no la vería por un tiempo.  Pocas semanas después ella falleció.  Como una forma de librarme de culpas, me quedo con la imagen del penúltimo día que la vi, para recordarla como ella fue: Bella, creativa y amorosa.

El título que le da Annie Ernaux a su relato me parece de lo más acertado: Para la familia el enfermo entra en una noche de la cual regresa en forma episódica de cuando en cuando, para volver de nuevo a esa confusa oscuridad.  Siempre me he preguntado hasta qué punto un enfermo con este tipo de mal está consciente de su paulatina desventaja frente al mundo, pero tal vez sea mejor así, ir penetrando una caverna de tiempo cada vez más negra, hasta que todo se pierde.

Vivimos tiempos muy singulares: El individualismo no siempre lleva a la exploración de las diversas esferas que nos conforman.  De algún modo el mensaje es embellecer el aspecto físico para agradar a otros, para no desentonar.  Viene la epidemia de “selfies”; los tratamientos quirúrgicos y conservadores para mejorar la apariencia, pero en el fondo de todo ello me parece que se cuela  un vacío que la propia persona  no halla cómo llenar desde su aislamiento.

La invitación de Annie Ernaux es a vernos reflejados en sus palabras, hasta comprender que para allá vamos todos, con o sin filtros, con o sin cirugías restauradoras, y que más vale haber aprovechado la vida antes de ese trayecto final.  A través de su relato nos muestra lo cíclico de la existencia; la forma como algunos eventos de nuestra propia infancia comienzan a repetirse al final de la vida.  Desde el confinamiento de su madre en esa casa de atención para mayores, podemos explorar nuestras propias emociones; descubrir qué tan preparados estamos para, si ese fuera el caso, ir desprendiéndonos de nuestras memorias, como quien suelta un hilván de costura, hasta liberarnos totalmente de lo que un día fuimos, pensamos y sentimos.

Nuestro mundo tiende hacia la frivolidad; no obstante, siempre hay anclajes que pueden salvarnos de ese extravío.  Uno potente son los libros, una forma de dialogar con otros a través de la palabra escrita, para entendernos mejor a nosotros mismos.  Más que invertir tanto en la imagen, habría que considerar aplicarnos a cuestiones trascendentales, a fomentar y procurar la riqueza interior, inmune al tiempo.

2 comentarios:

  1. Excelente Carmen ; procesos de la misma vida ; la cuestión aquí es : estamos preparados para envejecer ? Pues ya a nuestra edad contamos con carencias !!!! Brillantemente escrito . Gracias

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