domingo, 1 de septiembre de 2024

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 ÁPEIRON DIGITAL

Cuando analizamos los elementos que conforman una época, identificamos algunos de cuya influencia es imposible apartarse, puesto que marcan todo el entorno.  Tal es el caso de la tecnología en nuestros tiempos, y muy en particular la digital en lo que va del tercer milenio.

Resulta por demás interesante el análisis que diversos especialistas llevan a cabo con relación al uso de redes sociales.  La historia apenas se está escribiendo y, aun así, cuando están ocurriendo los hechos que más delante conformarán diversos tratados sobre sicología e Internet, cabe destacar algunas actitudes que todos, en mayor o menor grado, emprendemos al estar conectados.

El algoritmo hace que lleguen a mi muro diversas publicaciones sobre mascotas perdidas.  Algún rescatista se topa con un lomito extraviado, lo fotografía y publica en sus redes.  Infinidad de comentarios de quienes leen dicha publicación consisten en una súplica llorosa de “hagan algo”, o “resguárdenlo”, como si con escribirlo ya hubieran cumplido con la vida. Me viene a la mente ese viejo aforismo que reza: “Obras son amores, no buenas razones”.  Gimotear para que otros hagan algo, en lugar de aplicarse a actuar, no aporta beneficio alguno a la causa. ¿No creen?

De allí pasamos a cuestiones tan distantes como ajenas: pedir solidaridad para la protección de la zarigüeya australiana o del hipopótamo pigmeo en Guinea.  O sufrir en línea hasta la depresión por la deforestación de bosques, o por los huérfanos en Siria.  Todas ellas son causas muy nobles, ni modo de negarlo, pero realmente habrá qué cuestionarnos de qué sirve estar leyendo y reenviando notas alusivas.  ¿Realmente nos sensibilizan al grado de tomar un vuelo e ir a esas latitudes a contribuir en la solución de los problemas? ¿Con reenviar una y otra, y otra vez, logramos algo efectivo?

La última arista, que quiero destacar, tiene que ver con la crueldad digital. Las redes sociales son un símil de esos grupúsculos que en forma natural se integran entre escolares de primaria o secundaria, aunque también entre adultos: En el centro un buleador y alrededor de su persona un grupo de aplaudidores que festejan el acoso que este lleva a cabo.  En línea se facilita aún más, puesto que el anonimato permite elevar el tono de la burla y expandirla a mayores distancias.   Es muy común que aparezcan TikTok compuestos de alguna imagen o algún fragmento de video que pone en evidencia la desventaja de un ser humano frente al que graba o arma los contenidos.  Hallamos personas de muy elemental educación respondiendo a preguntas engañosas, para dar respuestas que resultan absurdas al extremo, y en cierta forma irrisorias.  O bien, se transmite alguna imagen de personas poco afortunadas en lo físico, agregando comentarios a todas luces burlones acerca de su apariencia.

Yo me pregunto si quien los lanza a la red lo hace por simple diversión ociosa e irreflexiva, o hay cierta carga de agresividad al hacerlo.  Una perversidad que puede desplegar a sus anchas en la red, sin el riesgo de enfrentar las consecuencias de su acción.

“Ápeiron”: Anaximandro, en su estética de origen, se refirió a este término para hablar de infinito.  Con el tiempo y la interpretación de otros muchos filósofos la palabra ha ampliado sus acepciones.  Una de ellas, a la que quiero referirme aquí, habla sobre vacuidad.  Esto es, un continente vacío de contenidos, como es el infinito y como sería el caso de estos mensajes en redes sociales, un franco vacío de acciones reales para resolver un problema, o una ausencia de valores humanos al referirse a personas que, aparentemente, están en desventaja frente a quien hace sorna de ellas.

¿Qué queda después de media hora de estar viendo videos cómicos en los que las fallas de otros son la materia de diversión? ¿Qué queda después de estar transmitiendo febrilmente contenidos frente a los que no podemos hacer nada efectivo, más que reenviar y sentir que, con ello, hemos cumplido con la vida?

Un último concepto, que no me canso de repetir siempre que me es posible: Esta época postmodernista nos lleva a perder la noción del tiempo, a olvidar que la vida sigue adelante, y que, si no la aprovechamos, terminaremos nuestros días sin haber aportado algo sustancial que nos haga trascender al morir.  Muchas veces actuamos desde la idea de que el tiempo se recicla, cuando no hay nada más falaz.  Las horas perdidas hoy se habrán ido para siempre.  

“Ápeiron”: Término que, en su acepción de continente vacío, en este caso de valores humanos, amenaza con infiltrar nuestras interacciones digitales, para dejarnos al final del camino con la mochila de viaje vacía.   Como navegantes gozamos de total libertad, y cada uno decide cuánto de su vida invierte frente a la pantalla y cómo hace. 

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