ÁPEIRON DIGITAL
Cuando analizamos los elementos que conforman una época, identificamos
algunos de cuya influencia es imposible apartarse, puesto que marcan todo el
entorno. Tal es el caso de la tecnología
en nuestros tiempos, y muy en particular la digital en lo que va del tercer
milenio.
Resulta por demás interesante el análisis que diversos
especialistas llevan a cabo con relación al uso de redes sociales. La historia apenas se está escribiendo y, aun
así, cuando están ocurriendo los hechos que más delante conformarán diversos
tratados sobre sicología e Internet, cabe destacar algunas actitudes que todos,
en mayor o menor grado, emprendemos al estar conectados.
El algoritmo hace que lleguen a mi muro diversas
publicaciones sobre mascotas perdidas.
Algún rescatista se topa con un lomito extraviado, lo fotografía y
publica en sus redes. Infinidad de
comentarios de quienes leen dicha publicación consisten en una súplica llorosa
de “hagan algo”, o “resguárdenlo”, como si con escribirlo ya hubieran cumplido
con la vida. Me viene a la mente ese viejo aforismo que reza: “Obras son
amores, no buenas razones”. Gimotear
para que otros hagan algo, en lugar de aplicarse a actuar, no aporta beneficio alguno
a la causa. ¿No creen?
De allí pasamos a cuestiones tan distantes como ajenas: pedir
solidaridad para la protección de la zarigüeya australiana o del hipopótamo
pigmeo en Guinea. O sufrir en línea hasta
la depresión por la deforestación de bosques, o por los huérfanos en
Siria. Todas ellas son causas muy
nobles, ni modo de negarlo, pero realmente habrá qué cuestionarnos de qué sirve
estar leyendo y reenviando notas alusivas.
¿Realmente nos sensibilizan al grado de tomar un vuelo e ir a esas
latitudes a contribuir en la solución de los problemas? ¿Con reenviar una y
otra, y otra vez, logramos algo efectivo?
La última arista, que quiero destacar, tiene que ver con la
crueldad digital. Las redes sociales son un símil de esos grupúsculos que en
forma natural se integran entre escolares de primaria o secundaria, aunque
también entre adultos: En el centro un buleador y alrededor de su persona un
grupo de aplaudidores que festejan el acoso que este lleva a cabo. En línea se facilita aún más, puesto que el
anonimato permite elevar el tono de la burla y expandirla a mayores
distancias. Es muy común que aparezcan TikTok
compuestos de alguna imagen o algún fragmento de video que pone en evidencia la
desventaja de un ser humano frente al que graba o arma los contenidos. Hallamos personas de muy elemental educación
respondiendo a preguntas engañosas, para dar respuestas que resultan absurdas
al extremo, y en cierta forma irrisorias.
O bien, se transmite alguna imagen de personas poco afortunadas en lo
físico, agregando comentarios a todas luces burlones acerca de su apariencia.
Yo me pregunto si quien los lanza a la red lo hace por
simple diversión ociosa e irreflexiva, o hay cierta carga de agresividad al
hacerlo. Una perversidad que puede
desplegar a sus anchas en la red, sin el riesgo de enfrentar las consecuencias
de su acción.
“Ápeiron”: Anaximandro, en su estética de origen, se refirió
a este término para hablar de infinito.
Con el tiempo y la interpretación de otros muchos filósofos la palabra
ha ampliado sus acepciones. Una de
ellas, a la que quiero referirme aquí, habla sobre vacuidad. Esto es, un continente vacío de contenidos, como
es el infinito y como sería el caso de estos mensajes en redes sociales, un
franco vacío de acciones reales para resolver un problema, o una ausencia de
valores humanos al referirse a personas que, aparentemente, están en desventaja
frente a quien hace sorna de ellas.
¿Qué queda después de media hora de estar viendo videos
cómicos en los que las fallas de otros son la materia de diversión? ¿Qué queda
después de estar transmitiendo febrilmente contenidos frente a los que no
podemos hacer nada efectivo, más que reenviar y sentir que, con ello, hemos
cumplido con la vida?
Un último concepto, que no me canso de repetir siempre que
me es posible: Esta época postmodernista nos lleva a perder la noción del
tiempo, a olvidar que la vida sigue adelante, y que, si no la aprovechamos,
terminaremos nuestros días sin haber aportado algo sustancial que nos haga
trascender al morir. Muchas veces
actuamos desde la idea de que el tiempo se recicla, cuando no hay nada más
falaz. Las horas perdidas hoy se habrán
ido para siempre.
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