CONTRALUZ Mayo 9, 2010
María del Carmen Maqueo Garza
¡Qué sabios son los niños pequeños! Ellos saben que lo más grande en la vida no tiene nada que ver con estados financieros; nivel social; grado educativo, ni poder político. Basta con mirar por un rato a un pequeñito mientras explora su entorno, se detiene en cada objeto, lo examina con aquello que le causa más placer: boca, manos o pies, hasta que de súbito su mundo se convierte en una explosión de algarabía, justo cuando topa con mamá. En ese instante su expresión cambia, emite una o dos carcajadas, se contonea de gusto, agita manos y pies, y si estaba paradito, dará un trastumbo que posiblemente lo haga terminar sentado, sin dejar de reír. Esta escena es parte de un mundo maravilloso muy próximo a nosotros, aunque claro, las múltiples ocupaciones e inacabables preocupaciones difícilmente nos permiten descubrirlo.
La naturaleza por su parte es sabia, y de alguna manera conforme avanzamos en edad comenzamos a recorrer una curva geométrica que paulatinamente nos acerca al punto de origen, para formar un círculo que vendrá a cerrarse por completo para aquellos que alcancen los suficientes años cumplidos. como para regresar a una etapa muy elemental, y volver a depender de quienes les rodean para sus funciones.
Entre un punto y el otro hay un largo período de tiempo. El bebé comienza a interactuar con su medio; al filo de los dos años socializa lejos de mamá por un rato para luego regresar a la seguridad que ella ofrece. Un nuevo avance es la entrada al jardín de niños; viene después la primaria, la educación media superior, y en el mejor de los casos la preparación universitaria de licenciatura y postgrado. En veinte años tenemos aquel bebé hermoso, natural y espontáneo convertido en un profesional hecho y derecho, que se planta frente a su propio destino.
…Claro, todo ello sucede en el mejor de los casos; para nuestra desgracia hay incontables ocasiones cuando mamá no puede hacerse presente para satisfacer el total de necesidades del pequeño, y aparecen figuras sustitutas que satisfarán en grado variable los apremios del pequeño. Actualmente, a raíz de los dramáticos cambios sociales en nuestro país ha comenzado a estudiarse hasta dónde estas ausencias tempranas, dan pie a un perfil delincuencial.
Volviendo al adulto joven, a partir de que está capacitado para ejercer un oficio o una profesión inicia una competencia que redundará en crecimiento laboral, y satisfacciones personales, económicas y sociales, pero con un costo emocional muy elevado. Deberá mantener aquella carrera de alto nivel y la consecuente carga de estrés por unos veinticinco años, hasta que la familia crece, se independiza y parte del hogar, lo que habitualmente coincide para los asalariados con el momento de la jubilación.
En ese punto vienen cambios en el seno de la familia: Si los esposos tuvieron la fortuna de una relación armónica que aún perdura, quizás se presente el "síndrome del nido vacío": Voltean a verse uno al otro para descubrir que sin los hijos de por medio no tienen mucho en común; generalmente se han volcado en sacar adelante a la familia dejando de lado sus propios intereses, y ahora encuentran que o ya no los tienen, o simplemente no coinciden. Ello no deja de generar una crisis en la pareja.
Los casos más lamentables son los de la inactividad, cuando uno o ambos padres caen abatidos ante un panorama de "no trabajo, no hijos", se dejan llevar por la molicie, y en seis meses están poco menos que acabados.
Finalmente, las situaciones más felices son aquéllas en las que antes del retiro y de que los hijos partan, se tiene elaborado un proyecto de vida, y desde un principio hay apego a éste. Claro, ahora no se trata de trabajar con la intensidad con que se hacía antes, pues la presión económica no es tanta; corresponde pues programarse para disfrutar hacer lo que se quiera hacer. Momento para reinventarse como personas y como pareja, tiempo de volver a encontrarse con amigos que tal vez no se han visto en muchos años; ocasión del reencuentro sabroso, provisto de buen humor y tolerancia; sin necesidad de figurar, presumir o competir en lo absoluto.
Es la oportunidad perfecta para celebrar el simple hecho de estar con vida, y hacerlo doblemente si aparte de vida hay salud. Es dejar que emerja ese niño que llevamos dentro, divertirnos y descubrir aquello para lo que por tantos años no tuvimos tiempo; significa mandar a volar convencionalismos, horarios y tensiones que simplemente ya no corresponden a nuestra situación, para que el cierre del círculo vital no sea por razón de la edad, sino el final de un viaje por la vida que se torna más divertido con los años.
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