MOVER MONTAÑAS
Desde 1910 comenzó a festejarse en diversos países el Día del Padre a partir de la iniciativa de la norteamericana Sonora Smart, avecindada en Spokane, Washington. Fue la hija mayor de William Jackson Smart, quien enviudó al nacer el sexto de sus hijos, quedando solo al cuidado de todos. Sonora propuso a su comunidad religiosa establecer una fecha para homenajear al padre, sugiriendo el 5 de junio, onomástico del suyo propio. Quedó finalmente fijada el tercer domingo de junio a partir de 1916, durante la administración del presidente Woodrow Wilson.
Es importante festejar hoy a papá, consentirlo y por qué no, regalarle aquello que adivinamos que le va a gustar. Pero en esta ocasión es igual de importante hacer una pausa para revisar los elementos que hacen de su autoridad paterna la piedra angular del edificio llamado “familia”. Si la familia es la unidad fundamental de la sociedad, y nuestra sociedad está en problemas, habría qué analizar dónde está fallando la autoridad paterna, puesto que ese edificio familiar ha perdido la solidez de otros tiempos, y amenaza con desmoronarse.
La función que tradicionalmente reconocemos para papá es la de proveedor; en el hogar de la primera mitad del siglo veinte él salía a trabajar y regresaba con el sustento, mientras la madre se ocupaba de administrarlo. Dichos roles han sufrido radicales transformaciones de manera que hoy, aunque ambos trabajen y aporten, a la figura del padre corresponde ejercer el liderazgo. No puede haber dos capitanes por nave.
Una segunda función paterna es la de insertar a los hijos en el mundo exterior. En casa las cosas no son tan severas como serían allá afuera; aquí el castigo por infringir las leyes familiares no es necesariamente proporcional a la falta. La madre muchas veces se doblega frente al hijo, enviándole así el mensaje equivocado; él supondrá que al igual como sucede en casa, allá afuera puede salirse con la suya impunemente, algo que en sociedades civilizadas no sucede. Es entonces la autoridad del padre, más racional que la madre, lo que ayudará al hijo a establecer un marco de referencia dentro del cual conducirse.
Una tercera función paterna consiste, en fijar responsabilidades y pedir cuentas. Puede haber cierto grado de negociación, pero no de chantaje, algo poco sano para la relación entre padres e hijos, pero sobre todo para el futuro de estos últimos. El padre tiene las herramientas para que el hijo asuma las consecuencias de sus actos y aprenda de ello.
Ningún padre es perfecto, eso lo sabemos, y más vale que él no lo oculte frente al hijo, pues también de ello habrá enseñanza. El hijo aprende fundamentalmente del testimonio de los padres, de la forma como él observa su modo de reaccionar. Es mil veces más aleccionador un error paterno que se corrige, que uno que se oculta hasta que el hijo termina por descubrirlo con desencanto.
El mensaje para los padres en su día sería: Primero que nada estén allí, háganse presentes, no en el silencio, no tras las barreras, sino en el amor vivo de los pequeños momentos.
No teman ensuciarse el mejor pantalón. Hay mil formas de hacerlo limpiar, y no siempre habrá manera de recuperar el tiempo que están dejando pasar ahora.
Rían y jueguen con sus hijos. Sepan que ellos cambiarían todo lo que les han regalado en su vida por una tarde al lado de papá haciendo juntos algo divertido.
Impongan primero la autoridad moral y luego la formal. Un golpe muy duro para un hijo es descubrir que su padre no es congruente entre lo que hace y lo que predica.
Padre: No quieras hacer de tu hijo una copia de ti mismo. Desde el momento en que es concebido él tiene un lugar en el mundo y el derecho a conquistar su propia estrella.
Enséñale con tu ejemplo, con tu presencia tangible, que lo más importante en la vida no es lo que uno tiene sino lo que uno es.
Aconséjalo más que sermonearlo. Acarícialo en vez de sacudirlo. Cuéntale tu propia historia en lugar de gritarle. Y eso sí, jamás lo pongas en ridículo frente a otros.
Si vas a imponer un castigo, cuídate de hacerlo en el momento inmediato, pues te moverá la ira y no la razón. Tampoco lo retardes tanto que él no comprenda por qué lo castigas.
Recuerda: La varonía no se mide de la piel hacia afuera; es una cualidad que radica en el centro del pecho del más hombre, colma sus acciones, y es capaz de brotar en lágrimas cuando el dolor se impone.
Nuestra sociedad sufre por falta de líderes, y el primer líder dentro del hogar eres tú, ese padre firme y amoroso capaz de mover montañas.
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