Mi padre me enseñó a luchar con todas las fuerzas por un ideal, a no ponerme límites en mi afán por conquistarlo.
Con su ejemplo vivo aprendí que no hay edad para abandonar los sueños, y que correr riesgos hace de su búsqueda la mejor presea.
Me demostró que lo importante a lo largo de la vida es el compromiso con uno mismo, con las propias metas, al margen de lo que otros digan.
Por él supe que la expresión “no puedo” está proscrita en el vocabulario del verdadero triunfador.
A través de mi padre aprendí que la cuna se honra y se bendice a lo largo de toda la existencia.
Sus años de enfermedad me enseñaron que los males del cuerpo son sólo escollos que no han de detener los afanes del alma.
Por mi padre entendí que los sentimientos en el corazón de un hombre no le restan varonía.
Y alcancé a descubrir que cuando llegas al final del camino por la vía difícil, un coro de ángeles sale a recibirte a las puertas del cielo prometido.
María del Carmen Maqueo Garza
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