MOMENTO COYUNTURAL
Nada sucede por
casualidad. La coincidencia de un conjunto de fenómenos en
tiempo y espacio tiene una razón; son hechos que guardan una
relación, comparten un denominador común.
Una noticia que ha dado la vuelta al mundo
en la última semana es el anuncio hecho por
Benedicto XVI de su abdicación al papado, lo que implica dejar su función como
máximo jerarca de la Iglesia Católica Romana, al igual que su papel como gobernante del Estado Vaticano. El Pontífice expone sus razones de manera muy
simple: “Me he quedado sin fuerzas para el cumplimiento de dicha responsabilidad”.
Con relación a esta renuncia se han emitido
para ahora más de 2.5 millones de opiniones en publicaciones alrededor del
mundo, mismas que se han polarizado en dos sentidos: Para una parte el
reconocimiento que hace Benedicto XVI de que ha llegado al límite es un acto
sensato y humilde, digno de encomio.
Para la otra parte la renuncia es consecuencia de presiones políticas
en el interior de la Curia Romana, derivadas de asuntos muy complicados: La
crisis del Banco Vaticano; la difusión pública de documentos reservados; la
crisis generada por la postura ultra-conservadora de la iglesia en temas como la homosexualidad, ciertos
métodos de planificación familiar, y el celibato. Y de manera destacada, la
crisis de credibilidad generada por casos de abuso sexual de sacerdotes en
contra de menores, a lo largo de los últimos treinta años, y muy en particular
el caso de Marcial Maciel, y los denunciados en algunas entidades
norteamericanas.
El problema no surge de manera aislada sino
como un engrane más de una colosal maquinaria.
Dibuja el grave momento histórico
en el cual la doctrina católica enfrenta sus propios demonios: La pederastia y
su encubrimiento conforman una buena parte del problema global, y reflejan de
manera burda y grosera una terrible incongruencia surgida dentro de nuestra religión.
A la luz de los hechos queda fuera de toda
lógica que para el católico ordinario que comete un pecado le siga la culpa, el
perdón de los pecados y el propósito de enmienda, en tanto los hechos indicaban que a los sacerdotes pederastas,
tras el pecado siguió el encubrimiento, y la ocasión de seguir cometiéndolo.
¡Vaya! Tanto se nos maneja a los católicos el
asunto de la culpa, que me atrevo a suponer que en cada uno de los casos de
pederastia, la dilación para iniciar una investigación de fondo estuvo dada por
esa premisa tan propia de la iglesia de
que el proceder de un religioso está más allá de cualquier duda, y no se cuestiona bajo ninguna
circunstancia. Y cuando las cosas finalmente
cayeron por su propio peso, el enfoque
de la acción emprendida por la jerarquía católica se orientó
a evitar que el problema trascendiera más allá de los límites de la iglesia,
sin tomar en cuenta el daño hecho a los
niños abusados. Y más grave todavía, no parece haberse tomado en cuenta que con esa actitud encubridora se colocaba en riesgo potencial a otros muchos
niños.
“Falta de congruencia”: Problema que se ha
dado en diversas denominaciones y sectas.
Descubrir que la religión se mueve conforme a intereses particulares, y que la
vida eterna es negociable.
Falta de congruencia en las instituciones
gubernamentales cuyos afanes están impelidos por el beneficio personal,
alejándose a grados absurdos de su tarea de vigilar por los
intereses del pueblo, para lo que fueron creadas.
Falta de congruencia en el hogar, donde
priva la consigna de “haz como digo, no como hago”. Y luego nos alarmamos porque hay niños violentos,
o jóvenes alcohólicos o drogadictos, que simplemente están reproduciendo los
patrones de violencia y contaminación con que han vivido en el hogar.
Falta de congruencia: Autoridades que no
logran poner un alto al crimen, y
criminales que pretenden tomar el control de la sociedad. ¡Ah! Pero por
supuesto no podemos decirlo abiertamente, debido a una perversa secrecía.
En lo
personal encuentro que la actual es una coyuntura más que apropiada para volver
los ojos a esa corriente de pensamiento tan condenada en su momento, surgida en Latinoamérica a finales de los años sesentas, al término del
Concilio Vaticano Segundo, denominada “Teología de la Liberación”, por cierto condenada, entre otros, por el propio Cardenal
Ratzinger. Doctrina de izquierda sí,
pero definitivamente más apegada a lo que el evangelio nos enseña de la figura
de Jesús. Una corriente que pugna por
poner en práctica el amor cristiano del que tanto hablamos.
¿No es momento de comenzar a ser congruentes
dentro de la iglesia, dejar de lado posturas que se han alejado de la palabra
de Dios para ir a insertarse en los grandes modelos económicos que nos tienen
confundidos y contrapunteados, como ahora estamos?
No olvidemos: Nada sucede por casualidad.
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