domingo, 17 de febrero de 2013

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


MOMENTO COYUNTURAL
Nada sucede por casualidad.  La  coincidencia de un conjunto de fenómenos en tiempo y espacio   tiene una razón; son hechos que guardan una relación, comparten un denominador común.
   Una noticia que ha dado la vuelta al mundo en la última semana es el anuncio  hecho por Benedicto XVI de su abdicación al papado, lo que implica dejar su función como máximo jerarca de la Iglesia Católica Romana, al igual que su papel  como gobernante del Estado Vaticano.  El Pontífice expone sus razones de manera muy simple: “Me he quedado sin fuerzas para el cumplimiento de dicha  responsabilidad”.
   Con relación a esta renuncia se han emitido para ahora más de 2.5 millones de opiniones en publicaciones alrededor del mundo, mismas que se han polarizado en dos sentidos: Para una parte el reconocimiento que hace Benedicto XVI de que ha llegado al límite es un acto sensato y humilde, digno de encomio.  Para la otra parte   la renuncia es consecuencia de presiones políticas en el interior de la Curia Romana,  derivadas de asuntos muy complicados: La crisis del Banco Vaticano; la difusión pública de documentos reservados; la crisis generada por la postura ultra-conservadora de la iglesia  en temas como la homosexualidad, ciertos métodos de planificación familiar, y el celibato. Y de manera destacada, la crisis de credibilidad generada por casos de abuso sexual de sacerdotes en contra de menores, a lo largo de los últimos treinta años, y muy en particular el caso de Marcial Maciel, y los denunciados en algunas entidades norteamericanas.
   El problema no surge de manera aislada sino como un engrane más de una colosal maquinaria.   Dibuja  el grave momento histórico en el cual la doctrina católica enfrenta sus propios demonios: La pederastia y su encubrimiento conforman una buena parte del problema global, y reflejan de manera burda y grosera una terrible incongruencia  surgida dentro de nuestra religión.    
   A la luz de los hechos queda fuera de toda lógica  que para el católico ordinario  que comete un pecado le siga la culpa, el perdón de los pecados y el propósito de enmienda, en tanto  los hechos indicaban que a los sacerdotes pederastas, tras el pecado siguió el encubrimiento, y la ocasión de seguir cometiéndolo.
    ¡Vaya! Tanto se nos maneja a los católicos el asunto de la culpa, que me atrevo a suponer que en cada uno de los casos de pederastia, la dilación para iniciar una investigación de fondo estuvo dada por esa premisa tan  propia de la iglesia de que el proceder de un religioso está más allá de  cualquier duda, y no se cuestiona bajo ninguna circunstancia.    Y cuando las cosas finalmente  cayeron por su propio peso, el enfoque de la acción emprendida por la jerarquía católica   se orientó a evitar que el problema trascendiera más allá de los límites de la iglesia, sin tomar en cuenta el daño   hecho a los niños abusados. Y más grave todavía,    no parece haberse tomado en cuenta  que con esa actitud encubridora se  colocaba en riesgo potencial a otros muchos niños.
   “Falta de congruencia”: Problema que se ha dado en diversas denominaciones y sectas.  Descubrir que la religión se  mueve  conforme a intereses particulares, y que la vida eterna es negociable.
   Falta de congruencia en las instituciones gubernamentales cuyos afanes están impelidos por el beneficio personal, alejándose  a  grados absurdos de su tarea de vigilar por los intereses del pueblo, para lo que fueron creadas.  
   Falta de congruencia en el hogar, donde priva la consigna de “haz como digo, no como hago”.  Y luego nos alarmamos porque hay niños violentos, o jóvenes alcohólicos o drogadictos, que simplemente están reproduciendo los patrones de violencia y contaminación con que han vivido en el hogar.
   Falta de congruencia: Autoridades que no logran poner  un alto al crimen, y criminales que  pretenden  tomar el control de la sociedad. ¡Ah! Pero por supuesto no podemos decirlo abiertamente, debido a  una perversa secrecía.
   En lo personal encuentro que la actual es una coyuntura más que apropiada para volver los ojos a esa corriente de pensamiento tan condenada en su momento,  surgida en Latinoamérica  a finales de los años sesentas, al término del Concilio Vaticano Segundo, denominada  “Teología de la Liberación”, por cierto  condenada, entre otros, por el propio Cardenal Ratzinger.  Doctrina de izquierda sí, pero definitivamente más apegada a lo que el evangelio nos enseña de la figura de Jesús.  Una corriente que pugna por poner en práctica el amor cristiano del que tanto hablamos.
   ¿No es momento de comenzar a ser congruentes dentro de la iglesia, dejar de lado posturas que se han alejado de la palabra de Dios para ir a insertarse en los grandes modelos económicos que nos tienen confundidos y contrapunteados, como ahora estamos?
   No olvidemos: Nada sucede por casualidad.

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