domingo, 27 de octubre de 2013

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

LO QUE NO SE VALE
La Globalización ha ido borrando los límites geográficos y culturales a lo largo y ancho del mundo.  Hoy en día es perfectamente normal que en Botswana  alguien vista ropa con el logo de alguna marca norteamericana, o que en el Cáucaso se venda café colombiano.
   Muchos hemos vivido la transición entre los límites rígidos de mediados del siglo pasado, a la virtual disolución de fronteras propia de la actualidad.  Las parejas que conocíamos como “interraciales”, y que eran verdadero motivo de escándalo, hoy pasan desapercibidas. Baste recordar la célebre  cinta de 1967 protagonizada por Sidney Poitier y Katharine Houghton, sobre una pareja integrada por un hombre negro y una mujer blanca que intentan formalizar su compromiso, ante el horror de los padres de ella, interpretados magistralmente por Spencer Tracy y Katharine Hepburn.    
   De igual modo, anteriormente la religión era una sola y para toda la vida. A partir del movimiento “New Age”  podemos encontrar un católico que practica el budismo y a su vez venera a Shiva, y nos parece “muy buena onda”.   Del mismo modo hace cincuenta años la figura del delincuente estaba perfectamente diferenciada de las de autoridad, y podíamos asegurar sin temor a equivocarnos que unos y otros eran inconfundibles en su aspecto y en su quehacer.  Había plena confianza en las fuerzas del orden para salvaguardar la seguridad ciudadana, algo que por desgracia se ha ido perdiendo cada vez más. 
   Suponemos que estos límites tan rígidos de alguna manera también se llegaban a traspasar, aunque ello ocurría en total sigilo, de manera que la mayoría no alcanzábamos a percatarnos.  Con toda seguridad algunos políticos hacían de las suyas estando en el poder, pero de igual manera, eran asuntos manejados con tal discreción, que era poco probable que trascendieran a la luz pública.
   Hoy en día, y muy en particular en nuestro país, esa desaparición de límites está generando problemas que nos afectan a todos.   Las dos grandes lacras dentro de la política, la corrupción y la impunidad, están convirtiendo en verdaderos ladrones a muchos individuos que ocupan cargos públicos, y lo más grave es que nosotros como sociedad lo más que alcanzamos a hacer es a quejarnos, pero no pasa de ahí.
   Vivimos dentro de un sistema que a ratos parece reconocer  con más  determinación los derechos de los criminales que los de los civiles afectados por ellos. Digamos, en el caso de los plantones y los bloqueos magisteriales, la autoridad a la que se paga por  evitarlo simplemente no lo hace, en una actitud cómplice terrible.  Y cuando, ante la indiferencia de la autoridad, los civiles pretenden asumir aquellas funciones que no se están cumpliendo (como es el caso de los maestros en Oaxaca o la resistencia civil en Michoacán), es la misma autoridad formal  la que trata de desarticular y sancionar su funcionamiento.
    Llevamos trabajo del sitio laboral a casa, a la vez que traemos problemas de casa al lugar de trabajo, afectando nuestro desempeño en uno y otro sitio.  El hombre puede estar en casa cocinando la cena, mientras la mujer lleva el carro al taller; todos esos arquetipos rígidos afortunadamente se han ido rompiendo, y ya son muy pocas las funciones que se llevan a cabo en función del género.  Todo ello da una imagen más abierta y sana a los hijos, quienes captan que el valor intrínseco de un ser humano es como persona, y no propiamente como hombre o como mujer.   Por desgracia aún existen culturas donde las cosas distan mucho de tener un cambio.  De acuerdo a ciertas religiones  la mujer se considera una  propiedad más del varón, como cualquiera otra, y él tiene todo derecho sobre ella.
   En lo que los estudiosos denominan el “posmodernismo”, hombres y mujeres han tenido necesidad de redefinir sus propios roles sociales, tanto dentro del hogar como fuera de él.   Esto permite una ampliación en diversos aspectos, pero también representa nuevos riesgos potenciales; por una parte el varón tiene más libertad de expresarse sin cortapisas frente a la mujer, en tanto ella tiene la posibilidad de ser más propositiva en su relación frente a  su contraparte masculina.
   Lo que no se vale es actuar de manera  de excederse en  el emprendimiento de nuevos roles.   Como dijera algún psicólogo respecto al papel de la mujer. “no se trata de competir con el hombre para derrocarlo”.   La lucha de poder entre géneros no va a conducir a nada bueno, cuando hay tantas formas complementarias de actuar que sí permiten el crecimiento de ambos, ya sea en la relación de pareja, en la escuela o en el ámbito laboral.
   Una nueva lección para este milenio: La armoniosa convivencia en un mundo que nos concede la libertad de definirnos por nosotros mismos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario