Hay personas que, cuando se van,
dejan memorias de polvo y humo que pronto se disipan, como si la historia
pudiera haber prescindido de ellos en cualquier momento. Vuelvo la vista al espacio que un día
ocuparon y veo que ya hay otros en su lugar, y pareciera que pronto nadie
alcanzará a recordarlos.
Hay –en cambio—quienes nunca se
van. Se quedan como presencia viva,
inspiración divina que se expresa a manera de suave murmullo una que otra
mañana; otras veces se nos presentan como
ese ánimo que nos lleva a no desistir en aquello que nos hemos propuesto alcanzar.
Tal vez sea el chispazo mágico, la
sublime epifanía que nos hace entender por un instante que la vida que hoy vivimos es parte de un todo que se
halla muy por encima de nuestro solo paso por el mundo, y que nos lleva a trascender.
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