Con frecuencia la gente me pregunta “¿y todavía escribes?”
Como si escribir fuera una moda pasajera, un simple gusto que en cualquier
momento se desecha.
¿Cómo explicarles
entonces que la palabra escrita y yo hicimos un pacto para toda la vida,
desde hace muchos años, cuando ella
acudió en mi auxilio, a rescatarme de
las sombras de mi propia noche?
¿Cómo hacerles entender que escribir no es un
vestido que se pone o se quita, o que se tira para estrenar uno nuevo, y que es en cambio la
desnuda piel con que se siente al mundo, los ojos con que se mira?…
No tiene
sentido desgastarme tratando de explicarlo.
Tendrían ellos que asomarse al precipicio de mi propia historia para
comenzar a entenderlo, así que mejor me despido con cierta prisa, argumentando
esto o aquello, y me voy, antes de que sus palabras inquieten a la mía, la que traigo a la espalda como lleva la madre a su niño su niño pequeño, como la carga más amada de su historia.
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