domingo, 1 de mayo de 2016

HOJAS SUELTAS por María del Carmen Maqueo Garza



El vendedor de ajos detiene su marcha frente a la puerta del templo en cuyos muros exteriores se anuncia un Dios con el que se para de sufrir.

A pocos metros del umbral de la puerta se alcanza a observar una sobria cruz de madera con un lienzo enredado entre uno y otro de sus brazos, representando el sudario de Jesús después de su Resurrección victoriosa.

El hombre fija su vista en ella por un momento y luego baja la mirada, tal vez como un signo externo de su deseo más profundo de hallar consuelo para su vida; seguramente habrá visto en la televisión los programas de medianoche que anuncian que el Dios de ese templo pone remedio a todo tipo de problemas propios de este mundo, particularmente los de dinero…

Aunque, viéndolo bien, tal vez, como buen vendedor, esté midiéndose frente a la fe que ahí se anuncia, calculando si esa religión será tan efectiva como sus ristras de ajo en asuntos de espantar demonios.

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