Me sorprende que me sorprenda ver cómo cambia la gente, cómo
lo hacen las expresiones de sus rostros, o caen las máscaras, o adoptan unas
nuevas.
Me sorprende que los amores dejen de existir y las pasiones
se tornen dolores u olvidos. Que los
hermanos se alejen y los enamorados pongan distancia de por medio.
Me sorprende que los padres y los hijos permitan que el
hielo se interponga entre unos y otros, y surjan los silencios asesinos que ni
el tiempo sana.
Me sorprende que haya quien acabe con la sangre de su sangre
así como así, porque es lo más conveniente para su agenda social o de trabajo.
Me sorprenden los delincuentes de cuello blanco con sus ropas
impolutas y una docena de camisas nuevas para cambiarse tan seguido como sea
necesario.
Me sorprenden los gobiernos que no gobiernan, igual aquellos
que pretenden extender sus dominios más allá de los límites que les
corresponden.
Vivo sorprendida de saber que nuestros afanes se enfoquen,
no a construir lo propio sino a destruir lo ajeno; no a sumar y multiplicar
sino a restar y dividir.
…Que ocupemos nuestro tiempo en condenar de manera gratuita,
en lugar de ocuparnos en trabajar de forma activa por hacer las cosas.
Lo único que no me sorprende es la muerte, esa cita que
llega puntual para cada uno, punto donde acaban distingos y privilegios, y nos hace a todos iguales. El escenario más democrático, en el que todo
cuenta y nada cuenta; el final del principio o el principio del final, algo que
no podemos adivinar, porque lo conocen solo quienes han partido y tienen obligado
voto de silencio.
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