Hoy salí temprano a
varios pendientes. Los domingos al filo
de las 7 de la mañana buena parte de la ciudad duerme, las calles lucen
solitarias, y las fachadas de los edificios y casas habitación presentan su cara más tranquila.
Viviendo en una población fronteriza, me gusta recorrer ambas
ciudades hermanas a esta hora; de alguna manera los pensamientos se acomodan,
van tomando el lugar que les corresponde, y siendo hoy domingo, me ayuda a
iniciar la semana en buena forma.
En una de esas aceras del color del grafito, cuando los
rayos del sol no las han comenzado a calentar, se hallaba una mancha muy negra,
a la distancia pude identificar que se trataba del cadáver de un gato que algún vehículo habría
impactado poco antes. Lucía entero, aunque a mediación
de su cuerpo se adivinaba una porción rojiza que correspondía a los contenidos
abdominales expuestos. No pude hacer
nada, y pensé en que mis amigos animalistas habrían reprochado mi desinterés, ellos
se hubieran detenido para –con todo el amor-- levantar el cuerpo y buscar cómo otorgarle
un final digno, pero yo no lo hice, de modo que pensé en expiar mi culpa
escribiendo.
Ya de regreso a casa me topé con una imagen que llevo varios
días observando, en el muro aledaño a la cerradura de la reja de acceso, se
instaló un caracol milimétrico que no se
ha movido de lugar al menos en 4 días.
No sé nada sobre caracoles, pero no dejo de preguntarme si estará vivo,
o si por algún adhesivo natural se quedó pegado a la pared después de muerto.
Con la imagen del gato que tal vez para esta hora ya haya
perdido sus formas sobre el asfalto y la del caracol en el limbo, he
reflexionado cómo los humanos emprendemos todo un ritual de muerte, cuando en
la naturaleza el término de la existencia se asume de manera simple, a
sabiendas de que es un paso más en el ciclo de la vida. Esos seres que pierden vitalidad habrán de
convertirse en elementos que darán pie a nueva vida, así de simple, así de
natural.
En esos ratos cuando me da por pensar en mi propia muerte traeré a la
mente estas dos imágenes significativas para no olvidar que la vida finalmente no es más que un paso más en
el orden que guarda el cosmos, y que
vivir de manera sencilla y morir de igual modo, es respetar ese orden
maravilloso en el que no somos más que una arenilla. Obligado cada uno de nosotros consigo mismo a
ser la mejor arenilla que pudo haber sido, pero sin perder las proporciones
frente a la totalidad inabordable de la creación.
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