NIÑOS SOLOS
Vuelve a repetirse. Una masacre en Norteamérica, esta vez en
el estado de Florida. Una escuela
secundaria, un tirador solitario, un arma semiautomática. Hasta el momento de escribir la presente son
17 muertos entre los que hay 2 maestros y 15 alumnos, y otros 15 heridos,
algunos de gravedad.
Lo que hoy es una matanza dolorosa en un par de semanas pasará
a la historia. Los ecos de los llantos
desgarradores se irán perdiendo. Los diarios se ocuparán de otras noticias. El
dolor que les abre el pecho de tajo a esos padres y madres se quedará prisionero dentro de
ellos, para seguirse llorando en el
silencio hasta el día en que mueran.
Como ciudadanos del mundo, debemos entender qué es lo que
pasa. Volvemos los ojos a la legislación
de muchos estados de la Unión Americana, donde basta con haber cumplido 18 años
para comprar un arma letal de largo alcance.
No hay un solo cuestionamiento o una limitación para la adquisición de
ese tipo de armas, que en manos de adolescentes han ocasionado asesinatos
múltiples en escuelas de aquel país. El
presidente Trump se adelanta a garantizar que ningún niño o maestro se sienta
en riesgo dentro de los planteles escolares. Difícil consigna, mientras fuera
de los planteles las regulaciones no cambien.
Detrás de la nota roja que circula vertiginosa por las redes, yo veo un niño
solo. Nikolas Cruz quedó huérfano de padres biológicos, puesto en adopción, y
nuevamente hecho huérfano. Un niño aislado, enojado con la vida, dispuesto a
tomar venganza. No parece gratuito que para su ataque haya elegido el Día de
San Valentín. Un ser humano que decidió hollar
el suelo que pisa de la única forma que encontró para hacerlo, con un arma en
las manos. De ninguna manera lo
justifico, simplemente trato de asomarme a la visión de ese mundo que él
percibe con tanta rabia.
Niños solos, aislados, con la vista clavada en la pantalla. Ellos viven la ilusión de un
acompañamiento como medida de extrema urgencia, para no morir. La suya es una
piel que ha venido acartonándose por falta de caricias, que hoy solo responde
al estímulo de los golpes, por lo que busca provocarlos.
Niños solos, colocados a la orilla del despeñadero, en
permanente balanceo, cara o cruz, como si les diera igual lanzarse ellos mismos
o lanzar a quien se halle cercano, matar
o morir. Silencios que se rompen a
gritos, anunciando al mundo la vocación para la que creen haber nacido: “Voy a
ser un atacante de escuelas profesional”.
Niños que hallan en la pantalla el reflejo de lo que quieren
ser. Es el espejo a modo en el que
encuentran su nicho existencial, a partir del cual van modelando su propio
lenguaje, y desde este su pensamiento, la manera de ver la vida y de apostarse
frente a ella.
Ellos, los solitarios taciturnos, que no saben comunicarse
de manera eficiente con el mundo que les rodea, ni con el universo que mora
dentro de su propia persona. Ellos,
cuyo encono va incubando afanes como hidras mortíferas. Personajes marginales que se mezclan con el resto
de la gente, aunque son muy distintos a los demás.
Niños solos que por primera vez se sienten poderosos con un
arma entre las manos, cuyos ritos de
iniciación son el sometimiento y la muerte de pequeñas criaturas. Ese experimentar un goce desbordante frente a
la sangre que ellos mismos consiguen derramar, los hace ir por más, y así van
escalando hasta albergar sueños obsesivos de gran calada.
¡Cuánto dolor encapsulado guardan dentro de sí, esos
solitarios con sed de venganza! ¡Qué difícil ha de ser ir por la vida con la cabeza entre constantes nubarrones
plomizos!
Tiempo de volver la vista a nuestros niños y jóvenes
cercanos, y analizar si algo los está llevando a mantener la mirada clavada en
la pantalla.
Tiempo de platicar, de interesarnos en sus cosas. De diluir las limitaciones arcaicas de la
edad y aprender acerca de sus motivaciones y valores como jóvenes.
Nos toca sacudirnos la molicie, salir de nuestra zona de
confort a explorar los sitios que son tan suyos y que les apasionan.
Es necesario asimilar que ser padres no equivale a ganar un concurso de popularidad. Es enfundarnos en nuestro papel de guías; vigilar
y conocer, evaluar y actuar en consecuencia, con sensatez y prudencia sí, pero
siempre con firmeza.
Nos corresponde como adultos fijar límites que permitan a
nuestros niños y jóvenes comprender qué es una sociedad y cómo funciona, para de este modo ir midiendo sus propios alcances.
Que es en este ejercicio de ensayo-error bajo la fresca sombra de nuestra
tutela, como se convierten en los
hombres y mujeres del mañana.
Una oración al cielo por los fallecidos; claridad para los
gobernantes; esperanza para sanar el alma de esos niños solos, y un examen de conciencia en nuestro propio entorno
personal.
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