domingo, 8 de abril de 2018

VIÑETAS por María del Carmen Maqueo Garza


RECUERDOS DE PASCUA
Extraño a mis abuelas de la infancia. Su magia convertía cualquier mañana   de domingo  en algo extraordinario. Las recuerdo como si las tuviera enfrente en este momento, tan distintas en su figura, en el color de su piel, en sus modos, pero para mí ambas hermosas y amadas por igual. Elvirita con un rostro dulcificado por sus ojos de aguamarina y la prudencia dibujada en sus labios, con  manos suaves como  azucenas. En cambio mi abuela Luz con su piel del tono  del café recién molido, que contrastaba con su cabello más bien blanco; de rostro adusto y menos expresiva en sus maneras, pero eso sí, con toda la miel en el corazón, misma que prodigaba hacia  mí, su única nieta.

Extraño los domingos de Pascua en casa de mi tía Elvy, esa tía hermosa que siempre hallaba el tiempo para organizar reuniones familiares, así como para esconder huevos de Pascua de colores por todo el jardín. Me recuerdo de 4 o 5 años con una canasta que ella nos daba a mis primos y a mí para la colecta de cascarones. Voy hasta el fondo, y más allá de la lomita,  por detrás de los bambús,  para mi sorpresa hallo, no uno ni dos, sino tres cascarones que rápidamente recojo y atesoro. Esas mañanas olían a césped recién cortado y sabían a limonada de  frescura tan intensa,   que nos atrapaba, y que aún hoy logro sentir. 

Hoy recuerdo los días de campo familiares con mis papás, mis hermanas y mi nana Mila. Transcurrían en la sierra de Durango con sus montañas, para estas fechas aún cubiertas de nieve en las porciones más altas. Mi mamá extendía una frazada sobre la tierra siempre húmeda y musgosa, y encima un mantel de tela con dibujo a cuadros, sobre el cual iba colocando las viandas para la ocasión. No eran tiempos de  productos desechables; al concluir la comida juntábamos la basura en una bolsa de papel estraza cuyo sonido al comprimirla parece que puedo escuchar aún ahora.

La vida tiene un encanto especial, y que los ciclos se cierren y vuelvan a comenzar no le resta atractivo. Ahora me recuerdo con Pepe mi marido y los hijos pequeños cuando decidimos hacer una excursión de Pascua; la emprendimos rumbo a Bracketville, Texas, para explorar un set de filmación en desuso. Luego nos instalamos junto a un lago artificial próximo a una quinta campestre en el condado de Batesville, a ver nadar los patos. Eréndira llevaba puesto un sombrero de utilería que había traído a casa su madrina Carmelita, de paja, con flores en tonos pastel y unos listones que le llegaban  hasta media espalda. Pepe y los niños cortaron florecillas, yo me di gusto fotografiándolos.

Otros recuerdos me llevan ahora al rancho de unos amigos quienes por varios años nos invitaron a pasar el domingo de Resurrección. Mis hijos habían crecido para entonces, ya eran más independientes, lo que nos permitía a Pepe y a mí integrarnos con los adultos. Recuerdo a Don Guillermo y a Doña Mirna, fundadores de aquella gran familia, tengo presente el modo como siempre tenían tiempo para todo, en particular para atender a sus invitados. La risa de Doña Mirna la he guardado en mis oídos y la puedo escuchar a voluntad. No hay duda que las cosas bellas de la vida llegan un día y lo hacen para quedarse.

Luego de ese viaje en el tiempo me sorprendo de regreso en mi oficina, para entender que, así los personajes de mis memorias se transformen o  hayan partido, estos recuerdos nadie podrá arrebatármelos. Son míos. Hoy los he invitado, para celebrar la ocasión, he organizado un día de campo en el teclado, para mi buena fortuna todos los recuerdos han aceptado. La fiesta está por comenzar.

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