domingo, 3 de febrero de 2019

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

CAMINOS DIGITALES
Bedin I es la nueva galaxia descubierta por el telescopio Hubble. El conglomerado que se halla
a 30 millones de años luz, amaneció junto a mi taza de café, a unas horas de su descubrimiento.
Esto es, la galaxia esferoidal enana, considerada como fósil, comparte el pan y la sal conmigo,
simple mortal, que desde un nicho del pequeño planeta Tierra, en el sistema solar, de la
modesta Vía Láctea, atestigua con singular asombro un detalle en la historia del cosmos, gracias
a la tecnología.
     Lo anterior es algo así como un punto de una letra que forma parte de una palabra, dentro de
alguna de las treinta líneas en una de las cerca de 100,000 páginas que conforman el rastro del
carbono a través de la historia. El carbono es el mineral que establece la gran diferencia entre
compuestos químicos inertes y aquellos con el potencial para transformarse en vida. Aquí,
disfrutando una taza de café y la imagen de Bedin I, capturada por el telescopio Hubble, me
siento privilegiada, y gozo día a día el prodigio de poder atestiguar cosas como esta. Lo que las
antiguas civilizaciones adelantaron que existía --gracias a su imaginación--, nosotros lo vemos de
manera directa convertido en formas, colores, dimensiones. Como testigos de honor de las
maravillas que encierra el universo.
     Ahora viene lo paradójico del asunto. Por mi edad --casi 64-- me tocó dar un gran brinco de
la época en la que las cosas se imaginaban o cuando mucho se insinuaban, a la actual en la que se
nos presentan tan reales, que hasta parece que podemos tomarlas entre las manos. Vienen a mi
mente algunas portadas de la revista “Life” que mostraron en una sola imagen impactantes
eventos de repercusión mundial. Una que se me quedó grabada para siempre es de abril de
1965, en la que aparece un feto dentro de su saco amniótico, dando cuenta del --entonces--
insalvable drama del nacimiento de un bebé prematuro extremo. Nuestra capacidad de asombro
de niños, que padres y abuelos se encargaron de alimentar, sigue viva, de manera que cada nuevo
descubrimiento representa un asombro que disfrutamos al máximo. Quizá sean benditas cosas
de la edad. A diferencia de los que hemos acumulado varias décadas en nuestro haber, los
jóvenes no han vivido ese contraste que les permita comparar el escenario de la imaginación
frente al de la evidencia. Dan por hecho lo que tienen enfrente, como si hubiera existido desde
la época de las cavernas, y se preguntan más que intrigados, cómo demonios sobrevivimos
cuando no existía la telefonía móvil. Claro, eso en el caso de que lleguen a percatarse de que ha
habido otros tiempos distintos del que ahora viven.
     Habría ahora que investigar, en qué medida la tecnología ha contribuido --o no-- al desarrollo
de una mejor sociedad. De repente nos topamos con campañas como las de salvar perros en los
mercados orientales que los venden para consumo humano, o las que protegen al zorro de la
terrible práctica del desollamiento en vivo. Nos duele, escribimos dos que tres palabrotas, y con
ello sentimos que ya hemos cumplido. Colateralmente ponemos a circular contenidos con un
mensaje antagónico. Justo hoy vi en Twitter el de un individuo sencillo al que indican que ponga
a funcionar una aspiradora, y él --tal vez suponiendo que se maneja como una podadora de
césped-- estira repetidamente el cordón eléctrico retráctil del aparato, mientras hace un gesto de
asombro, al no lograr que funcione, tras varios intentos. Como este hay infinidad de contenidos
que en una primera lectura resultan jocosos, pero que en el fondo hallo perversos. Denigran a la
persona humana. Hacen mofa de la ignorancia, y se valen de un recurso tecnológico para
inmortalizar y difundir el hecho.
     De entrada parecieran cosas aisladas sin importancia, sin embargo, cuando las redes sociales
alojan un cúmulo considerable de tales contenidos, deja de ser incidental para convertirse en
epidémico. Pasa a conformar una patología social frente a la cual --como en un espejo-- es
menester revisar nuestra actuación particular.
     Cierto, hay contemporáneos míos que no participan de manera tan activa en los portales
digitales de actualidad. Aun así, va resultando cada día más difícil sustraerse de la tecnología
de la información y comunicación, y tarde que temprano terminamos con algún sistema digital
en nuestras manos. Por tal razón nos corresponde aprender a utilizarlos, y --como ciudadanos
del mundo-- atender una ética humanista en redes sociales . En pocas palabras, no hacer en
línea lo que no haríamos cara a cara; sacudirnos la tentación de dañar a otros, amparados en el
anonimato de la Internet.
     Caminos digitales: ¿A dónde llevan los que tú transitas?

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