domingo, 3 de febrero de 2019

Recordando a un gran caballero por María del Carmen Maqueo Garza

El pasado lunes 28 se cumplieron 11 años del fallecimiento del Dr. Vladimiro Alcaraz  --Vlady para sus amigos--, excelente pediatra, gran ser humano y  amigo inmejorable.  En un día como hoy, 11 años atrás,  publiqué este exordio fúnebre a su memoria.  Hoy lo incluyo en el blog para dejar constancia de que las huellas de la gente de bien no se borran, por más que el tiempo pase.


PARTE SERENO, MAESTRO

Nos hemos ido acostumbrando a sentir la muerte cómo roza a nuestro lado; es la compañera del malestar del mundo. La compañera frecuente sí, mas no la amiga.

Abordamos cualquier medio noticioso y allí esta ella con sus fauces descarnadas, unas veces en primera plana vestida de terrorismo, otras tantas detrás de armas de alto poder, lista para activar el veloz disparador. La encontramos entre yerbas y polvos poniendo precio a la vida de nuestros niños y jóvenes como el más desalmado de los mercaderes. Hoy la vemos a los pies de una criatura que murió sin saber lo que era vivir; mañana la hallamos rondando el cuerpo enflaquecido de una chica adolescente que solo encuentra ecos a sus preguntas sobre quién es y hacia donde va... 

El amor parece estar jugando a las escondidas en el mundo, y en ese agazaparse para no ser visto nuestros niños sufren; nuestros hombres lloran apretando los dientes; nuestras mujeres gimen por el dolor de llegar a perder a unos y otros.

...En fin, esta muerte que se ha vuelto compañera en el andar de muchos, aunque no amiga, quisiera arrancarnos de un solo tajo la serenidad; conducirnos al desánimo, vernos caer abatidos por el vacío de no ser siendo. Quisiera robar nuestros sueños cuando apenas comienzan a nacer; quisiera destrozar nuestros amores hasta dejarnos en medio del desierto envueltos en la nada. 

Entonces no es extraño que cada ser humano comience a blindar su interior, a replegar los sentimientos propios ante un mundo que amenaza con hacerle daño. Cada cual prefiere recoger sus emociones, guarda sus palabras; pierde poco a poco la confianza, y nuestro mundo comienza a parecerse al Valle de la Muerte.

Cuando las cosas lucen así de sombrías, surge en algún punto del camino un caballero andante; lo vemos aparecer cierta mañana, como salido de las páginas del mismo Cervantes. Su figura no es triste aunque así lo diga la tradición pasada de padres a hijos y a nietos; no es triste, además tiene una importante encomienda que cumplir.

Comienza a avanzar por el camino con firme paso; los vecinos se asoman para verlo, algunos lo siguen por un tramo del sendero; los perros ladran inquietos con el golpeteo del rocín contra el suelo. Todos se preguntan hacia dónde va con tanto empeño y decisión. A poco se apea del caballo para acogerse a la sombra de algún árbol a descansar, pero pronto reanuda su paso hacia tierras lejanas, a donde  apunta su corazón.

Más delante lo volvemos a encontrar, esta vez afanoso en medio de la tierra yerta sembrando sueños; extrae de entre sus ropas los granos que generosamente deja caer a diestra y siniestra, ayudado por el viento. Cualquier labrador se reiría de los afanes del buen hombre, pero --para nuestra sorpresa-- a la vuelta de unos cuantos días del suelo estéril comienzan a asomar unos graciosos tallos cuyo verdor hiere las pupilas. El firmamento cuajado de estrellas, quizás sobrecogido por la fe del sembrador, ha dejado caer sin ser visto, algunas lluvias que las plantas saben aprovechar con fruición. Unas cuantas semanas después aquel verde valle va destacándose de entre la nada, y algún tiempo después ya está dando flor y fruto.

Ese andante de figura larga avanza un tanto y luego se hace a la vera del camino y vuelve a repetir su siembra; nadie acaba de comprender qué fe tan grande lo mueve que no está dispuesto a cejar, ni aun cuando la enfermedad comienza a posesionarse de su ser físico. Echa mano de su propio Bálsamo de Fierabrás sabiendo que con una sola gota de este se deja de temer a la muerte, y redobla la marcha.

Y así como termina Anselmo su narración de amores, sueños y aventuras, así termina el andar de nuestro caballero en esta tierra. Hoy se disipan los últimos polvos que alcanzó a levantar su jamelgo. Ya no lo veremos a nuestro lado por los mismos caminos, sin embargo su propio Bálsamo lo vuelve inmortal; ha quedado sembrado en nuestros corazones porque su andar ha hecho una diferencia en la vida de muchos.

Cumplió a cabalidad su encomienda, y hoy parte dispuesto a descubrir nuevos caminos.

Descanse en paz nuestro Caballero, el Dr. Vladimiro Alcaraz Ortega (1938-2008), conocido entre colegas como Vlady, pediatra sonorense que Dios nos prestó durante casi setenta años para que aprendiéramos a ser mejores personas, y ahora parte para seguir sembrando sueños más delante: 

Hazlo sereno Maestro, aquí has cumplido sobradamente tu encomienda.





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