domingo, 3 de marzo de 2019

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez



La felicidad es fácil de contagiar, la gente feliz tiene esa capacidad de podernos transmitir su energía positiva. La sonrisa, la actitud de bienestar, el deseo de compartirla hacen de la felicidad  un estado de ánimo que no se quiere disfrutar de forma egoísta, como si se nos desbordara, como si hubiese de sobra y no se quisiera desperdiciar y --en cambio-- quisiéramos transmitir a los que nos rodean, sintiendo con ellos una dicha mayor.

La amargura, ese sentimiento que invade a quien le deja un resquicio por donde entrar, por una grieta que no se cerró cuando por algo o por alguien el corazón se nos rompió. Por pequeña que sea, permite a la amargura penetrar al alma y anidar ahí, en quien es vulnerable e incapaz de contrarrestarla, de no convertirla en inquilino vitalicio. La amargura no es fácil de contagiar, pero la gente que la padece se afana en hacerla llegar a los demás, no soporta ver sonrisas ajenas, cuando su alma llora, se convence  a sí misma de que los planetas están en su contra, y todo lo que ocurre tiene un lado obscuro que deja su vida en penumbras.

La amargura vuelve incapaz al que la padece de encontrarle otro sentido a la vida, al sufrimiento en laberinto emocional del cual no  puede salir y al cual quisiera poder llevar a otros para no sentirse solo ni amenazado por quienes lo agreden con su felicidad.

Todos estaremos sujetos a padecer y a gozar, nadie escapa a vivir por mucho o poco tiempo a la sombra del infortunio, pero no todos tenemos la fortaleza para sortear los malos tiempos y resurgir, sin quedarnos presos de un sentimiento que solo nos hará mezquinos, indeseables, gente negativa que ni consigo misma ni con los demás puede estar en paz.

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