domingo, 3 de marzo de 2019

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

HISTORIAS QUE CUENTAN
La mercadotecnia sabe cómo capturar la atención del cliente potencial. No en vano coloca productos que terminan integrándose a los que en un principio planeábamos adquirir. Artículos que no se anotaron en la lista del mandado, y que tampoco habríamos detectado de otro modo, pero que por razón de su colocación en sitios estratégicos --según el criterio de los mercadólogos-, se venden. Ello redunda en ganancias para los comercios, y no pocas veces en compras que terminan siendo poco o nada útiles para nosotros los consumidores. 

Algo que tiene que ver con el asunto viví recientemente dentro de una tienda de conveniencia. A pesar de que estoy consciente de evitar esas trampas de último minuto, alguna vez me ha cautivado una golosina o cierta revista. En esta ocasión esperaba mi turno para pagar cuando a una distancia corta, como parte del acervo de publicaciones de la tienda, capturó mi atención un título: “Historias macabras de panteones en México”. Soy honesta, su autor me resultó desconocido, pero lo atractivo de la edición y lo accesible del costo colocaron a este ejemplar junto con el kilogramo de tortillas y la docena de huevos de mi compra original. 

En lo personal siempre me ha atraído el tema de la muerte: Arte y ceremonias fúnebres; literatura y fotografía alusiva al tema. Me gusta conocer panteones –en particular antiguos—que para mí constituyen historias de vida de las que aprendemos a vivir mejor. Mi última adquisición literaria en esta línea fue un hermoso libro sobre el arte funerario del maestro Benigno Montoya de la Cruz, editado por el gobierno del estado de Durango, con fotografías en gran formato de esculturas y mausoleos realizados por el escultor de origen zacatecano, hermano del famoso pintor y muralista Francisco, de los mismos apellidos, quien dejó diversos frescos en edificios públicos de la capital duranguense, actualmente en fase de restauración. Dentro de las esculturas del maestro Benigno destacan los ángeles, esculpidos con tal maestría, que parece que siguieran con la mirada a quien los mira. Gran parte de su obra se halla reunida en un museo que lleva su nombre, localizado en el Panteón Oriente de esa ciudad capital. 

Pero volvamos a los mercadólogos, las tiendas de conveniencia y mi adquisición: Una sabrosa colección de historias que hablan sobre aparecidos, leyendas y otras florituras fúnebres, que disfruté de principio a fin. Terminada esta tarea me puse a investigar al autor, de nombre Juan Antonio Amezcua Castillo, egresado de la carrera de periodismo de la Escuela Carlos Septién en la ciudad de México. Comprobé una vez más, hasta dónde lo que aprendemos se ve reflejado en la calidad de lo que hacemos. A través de redes sociales hay diversas páginas que incluyen narrativas sobre el mismo tema, de autores variados –la mayoría jóvenes—, publicados con la mejor de las intenciones, pero con una serie de fallas que desaniman a continuar su lectura, y que se resolverían con cierta preparación en el oficio de escribir. 

En el país la oferta de capacitación en arte y cultura, me parece --en lo personal-- que sigue siendo muy centralista, asimétrica en las distintas regiones del país, y en gran medida discrecional, quedando a criterio de unos cuantos la decisión de dotar de recursos en tal o cual área a tal o cual población. Y sucede que de repente tenemos disciplinas con alta demanda y escasa oferta, mientras que en otras la oferta rebasa con mucho la demanda. La ciudad de Durango—a propósito-- me parece un muy buen ejemplo de planeación cultural que responde a las necesidades de la población, amén de equilibrada y accesible a todos los bolsillos. Una ciudad que se empeña en hacer el rescate arquitectónico de edificios y monumentos históricos, y que emprende cuestiones novedosas una vez que ha calculado debidamente su factibilidad y cumplimiento en tiempo. 

El libro que compré me costó lo mismo que la docena de huevos y unos pesos más que el kilogramo de tortillas (considerando el último aumento a este producto básico). Es una edición profesional y cuidada, de una obra popular, muy amena, de la pluma de un joven escritor y periodista. 

El FCE está anunciando publicaciones económicas de obras literarias. Lo primero que vino a mi recelosa mente: ¿Nos irá a beneficiar a todos los mexicanos? Me apena confesar tanta desconfianza, pero como dicen en mi pueblo, “el que con leche se quema, hasta al jocoque le sopla”. Quiero creer que sea un proyecto “inclusivo” (por más que me antipatiza la palabra), y que estemos contemplados todos, y así dar cumplimiento a lo que señalan nuestros grandes maestros: “El primer paso para escribir bien es leer mucho y bueno”.

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