domingo, 4 de agosto de 2019

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


REFLEXIONES DE PASILLO
Todo cambio de gobierno genera desasosiego y en ocasiones, suspicacia. Es el caso que a muchos nos viene ocurriendo con la forma en que López Obrador lleva las riendas del país. Nos preocupa ese corte populista tendiente a la dádiva, que, con la mejor de las intenciones, apunta a resultar contraproducente. En un sistema todo derecho conlleva un deber correspondiente; cada ciudadano obtiene beneficios, en la medida en que cumpla con sus obligaciones, llámense fiscales o de otro orden. Para recibir debo a la vez dar, es la forma como un gobierno se mantiene funcionando y sale adelante. Cuando los pobladores acogen los provechos, pero no admiten su parte de obligaciones, se genera un desequilibrio social de variadas dimensiones. Tal es el riesgo que se corre en el sistema paternalista y discrecional que actualmente nos rige. 
          Procuro apoyar a los comercios locales, adquirir los insumos básicos en la miscelánea o en la frutería cuyos propietarios sean oriundos de la población. Sin embargo, tarde que temprano, las grandes cadenas comerciales terminan absorbiendo las transacciones de los ciudadanos. Es más práctico encontrar en un solo sitio la mercancía que se va a utilizar para la semana, y es así como privilegiamos a cadenas comerciales, en ocasiones transnacionales. 
          Por la razón que acabo de mencionar, acudí hace un par de días al supermercado. En el pasillo donde se expende el café y los edulcorantes, me encontré un niño de aproximadamente cinco años, perforando con el dedo una bolsa de azúcar. Para ese momento se observaban 3 o 4 bolsas con el contenido desparramado alrededor de ellas. No puedo asegurar que haya sido obra de ese niño, pero la que terminó por perforar cuando lo sorprendí, sí. Me detuve a indicarle que no lo hiciera, y fue hasta ese momento cuando me percaté de que a cada lado del pasillo estaban sus padres. Me miraron en silencio, se vieron uno a otro, y en seguida el papá le reclamó a la mamá por las acciones del retoño. La escena transcurrió a gran velocidad, pero algo me queda muy claro: los padres no se habían percatado de la travesura del niño. Y ahora que rebobino la cinta mental, no alcanzo a entender qué hacían allí, ya que no traían mercancía con ellos. Un hecho evidente, es que no se daban cuenta de lo que hacía el chico. 
          Sigo adelante y veo dos mujeres con indumentaria sugestiva de pertenecer a alguna de las denominaciones, que obligan a la fémina a vestir de cierto modo, para evidenciar su filiación religiosa. Junto a ellas andaba un pequeñito de unos dos años que se les despegó y fue a estirar un “six” de latas de refresco, el cual cayó estrepitosamente al suelo. La mujer mayor corrió tras él y levantó el “six”, al tiempo que lo regañaba; me alegré suponiendo que el niño sería aleccionado. Poco duró mi alegría: la mujer tomó una de esas latas, la abrió y se la dio a beber, incluso ella le dio un sorbo, pues al abrirla el líquido salió a presión por efecto de la agitación que provocó el golpe contra el suelo. Volví a topármelas algunos pasillos más delante, el niño se había calmado, aparecía sentado en el asiento del carrito con su refresco al lado. Como me les quedara mirando, la mayor le dijo al niño en voz muy alta: “aquí llévala así mientras la pagamos”. Como hecho adrede, volvimos a coincidir en las cajas. Para ese momento la lata había desaparecido del carrito de compras. 
          Parecen asuntos insignificantes, pero no lo son. Representan claros ejemplos del problema que se produce en una sociedad acostumbrada a recibir, sin la obligación de corresponder. Para ese futuro ciudadano la desobediencia civil será su estilo de vida; hallará normal actuar por encima de la ley, si desde pequeño ha recibido el mensaje –de padres y abuelos—de que así lo es. Por desgracia tenemos un sistema de justicia que muchas de las veces no hace ningún favor para validar la ley. Tratándose de delitos del fuero común, aun en caso de víctimas mortales, las acciones para capturar y sancionar a los autores de un crimen son pocas. Los familiares emprenden por dependencias gubernamentales un vía crucis doloroso, cansado, y la mayor parte de las veces inútil. En muchas ocasiones terminan siendo ellos mismos quienes llevan a cabo las indagatorias. Aun así, no hay garantías de que se procese a los culpables. Sucede que, o no se les consigna, o se les imputan cargos que pronto desaparecen, y los sentenciados quedan en total libertad. Este modo de actuar llega a ser la burla más cruel, una suerte de charada que se monta para la foto, y se desmonta en cuanto la memoria colectiva descuida el asunto. Como los papás del primer niño, somos ciudadanos distraídos. 
          El tiempo de enmendar a México, con principios firmes desde casa, se nos está agotando.

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