MI CASA, ESTA MUJER.
Mi casa es esta mujer que ahora duerme a mi lado. Como ella,
con ella, todo a mi alrededor reposa. Cuando ella despierte, también lo harán
las cosas. Volverán a abrirse las puertas, correrá el agua otra vez, los pasos
avivarán la vieja escalera, caerá de nuevo la luz sobre las plantas. Yo
retornaré a mi mesa, a las palabras, y su voz, como un halo, circundará mi día.
Cuando ella se haya ido a su trabajo, alzaré los ojos de la página, y un tapiz,
un clavel, un amuleto inesperado en la cocina de la casa repetirán el nombre de
esta mujer que todo lo pobló con su presencia y el acierto de sus manos. Ella
es mi casa, puerta mayor de acceso al sentido de estos cuartos. Si el egoísmo o
la indiferencia quiebran nuestro encuentro, la casa se oscurece. Como una dura
denuncia de soledad sin remedio, las paredes se cargan de presagios, se
repliega el color de cada cosa, la casa se vacía, y habitarla es quedar a la
intemperie. Mi casa es esta mujer que ahora duerme a mi lado. Cuando ella anda
lejana, todo es lejano en la casa; con ella se van en tropel las cosas de mi
entorno, y estar aquí se vuelve una tortura; acosa cada sitio, cada paso
lastima, rincones y objetos se hacen inservibles. Y la casa recuerda, en un
susurro triste, que alguna vez supimos ser mejores. Si renace la alegría,
renace la casa. Cuando la lucidez o el deseo vuelven a reunirnos, la casa otra
vez se ilumina: tienen sentido mis papeles, cada cuarto es la evidencia de un
proyecto. La casa entera es una fiesta y por la vieja escalera vuelve a correr
el aliento suave y denso de la vida.
Santiago Kovadloff (Argentina)
Tomado de la página: Las cuatro esquinas, una intersección literaria
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