EL GÓLEM
Continuando con las leyendas de Praga, es turno de la
conocida figura del Gólem, de la tradición judeocristiana, arraigada en esa
hermosa capital checa. Las líneas de
Alena Jézkova nos remiten al siglo XVI, cuando el emperador Rodolfo II instaló
su corte en esa ciudad. Ocurrió que desapareció
un niño pequeño, y el pueblo atribuyó el delito a la comunidad judía. Inquieto
por lo ocurrido, el rabino Löw, jerarca de la sinagoga, que para entonces ya
había encabezado importantes acciones de salvaguarda, buscó la forma de proteger
a su comunidad contra la violencia a causa de la desaparición del niño, sobre
todo sabiendo que el tiempo pasaba, él envejecía y no sería capaz de vivir para
siempre.
Se dio a la tarea de construir, con barro de la ribera del
Moldava una figura con características humanas, a la cual infundir vida
mediante un soplo, tal y como se describe en el Génesis la creación de
Adán. Su objetivo fue contar con un
personaje con capacidad sobrehumana que protegiera a sus fieles. Para dicho proyecto se valió de dos
estudiantes de la congregación, quienes, atendiendo a números cabalísticos,
dieron, el primero siete vueltas a la figura hasta secar el barro y colocar un
fuego en su interior. El segundo, con
otras siete vueltas, consiguió que esa mole se enfriara y adquiriera una piel
como la humana. Finalmente, el rabino
dio siete vueltas y colocó en la boca de la figura un pergamino con signos
sagrados, y escribió sobre la frente de la criatura la palabra “Emet” que en
hebreo significa “verdad”, con lo que el Gólem cobró vida, aunque no podía
hablar “porque el secreto del habla es lo más sagrado y ni el rabino sabía cómo
dar este arte al Gólem”.
Terminado el proceso de creación, el rabino y sus alumnos
vistieron a la figura y la presentaron a la comunidad como José, un sirviente,
que durante el día ayudaba en la sinagoga y por la noche hacía las veces de
vigilante por las calles de la ciudad.
Su lealtad era absoluta, aunque su entendimiento limitado. En sus
andanzas localizó al niño perdido y lo presentó en el juicio que se hacía a la
comunidad judía, quedando así exonerada del delito. El padre del menor lo había
ocultado para, dolosamente, incriminar a los judíos con miras a expulsarlos.
Una cosa no debía olvidar el rabino: los viernes, antes de dormir, había de retirar
al Gólem el pergamino que llevaba en la boca, para hacer respetar el sábado,
como lo manda la religión judía.
Un viernes por la noche la hija menor del rabino se hallaba
enferma, de modo que él olvidó retirar el pergamino de la boca del Gólem. Este comenzó a actuar cada vez más acelerado,
rompiendo todo cuanto hallaba alrededor suyo durante la noche. El rabino fue informado del problema la
mañana del sábado, justo cuando iniciaba el canto solemne en la sinagoga, que
marca el tiempo donde no se debe trabajar.
El rabino se halló en un predicamento, si acudía a retirar el pergamino
del Gólem estaría desacatando la Torá, su libro sagrado; si ignoraba lo que
ocurría, la creación podría acabar con la población. La carga moral fue mayor, abandonó la
sinagoga para localizar y abordar a la criatura, a la cual logró calmar y
retirarle el pergamino, luego de lo cual pudo volver al recinto sagrado a reiniciar
su rezo en el salmo noventa y dos. Por
esta razón, se cuenta, que, de todo el planeta, en esa sinagoga, dicho salmo se
reza dos veces, en memoria de lo que debió hacer el rabino durante aquella
mañana de sábado.
A partir de la experiencia que pudo haber sido catastrófica
para toda la comunidad, el rabino Löw convocó a sus dos estudiantes para
revertir el proceso mediante el cual habían creado al Gólem. Lo hicieron hasta que la figura se convirtió
en un montón de polvo inerme. Dejaron
aquellos restos en la azotea de la sinagoga, para evitar que alguien intentara
revivirlo. Aun así, años después hubo un
estudiante que se documentó y trabajó hasta infundirle vida, pero fue tal su terror
al ver al inmenso Gólem moverse, que retiró el pergamino de la boca del
monstruo. Este se desintegró, y los
escombros cayeron sobre el estudiante, sepultándolo para siempre.
Praga: Una bellísima ciudad europea donde convergen los
opuestos de la manera más afortunada.
Habiendo superado grandes dificultades, los checos que habitan esa
ciudad capital se sienten honrados de su herencia multicultural, misma que
buscan preservar y dar a conocer. Lo que
parecen ser dos contrarios alcanzan un punto de concordia capaz de proporcionar
momentos únicos de magia al visitante, quien, invariablemente, abandonará la
ciudad con la firme intención de volver pronto, para continuar explorando sus
leyendas y tradiciones únicas, y aprendiendo de la longanimidad de su gente,
que ha sabido salir airosa de grandes luchas, de la mejor manera.
Felicidades!!! Que manera tan soberbia de describir una leyenda y la ciudad de Praga.
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