Texto original del
fraile dominico y teólogo liberal brasileño Carlos Alberto Libanio Christo, más
conocido como Frei Betto.
Al viajar
por el Oriente, mantuve contacto con los monjes del Tíbet, en Mongolia, Japón y
China.
Eran
hombres serenos, solícitos, reflexivos y en paz con sus mantos de color
azafrán.
El otro
día, observaba el movimiento del aeropuerto de San Pablo: la sala de espera
llena de ejecutivos con teléfonos celulares, preocupados, ansiosos,
generalmente comiendo más de lo que debían.
Seguramente,
ya habían desayunado en sus casas, pero como la compañía aérea ofrecía otro
café, todos comían vorazmente.
Aquello
me hizo reflexionar: ¿Cuál de los dos modelos produce felicidad?
Me
encontré con Daniela, de 10 años, en el ascensor, a las 9 de la mañana, y le
pregunté: “¿No fuiste a la escuela?” Ella respondió: “No, voy por la tarde.”
Comenté:
“Qué bien, entonces por la mañana puedes jugar, dormir hasta más tarde.”
“No”,
respondió ella, “tengo tantas cosas por la mañana…”
“¿Qué
cosas?”, le pregunté.
“Clases
de inglés, de baile, de pintura, de natación”, y comenzó a detallar su agenda
de muchachita robotizada.
Me quedé
pensando: Qué pena, que Daniela no dijo: “¡Tengo clases de meditación!”
Estamos
formando súper-hombres y súper-mujeres, totalmente equipados, pero
emocionalmente infantiles.
Una
ciudad progresista del interior de San Pablo tenía, en 1960, seis librerías y
un gimnasio; hoy tiene sesenta gimnasios y tres librerías.
No tengo
nada contra el mejoramiento del cuerpo, pero me preocupa la desproporción con
relación al mejoramiento del espíritu. Pienso que moriremos esbeltos: “¿Cómo
estaba el difunto?”. “Oh, una maravilla, no tenía nada de celulitis!”
Pero, ¿Cómo
queda la cuestión de lo subjetivo? ¿De lo espiritual? ¿Del amor?
Hoy, la
palabra es “virtualidad”. Todo es virtual. Encerrado en su habitación, en
Brasilia, un hombre puede tener una amiga íntima en Tokio, sin ninguna
preocupación por conocer a su vecino de al lado. Todo es virtual. Somos
místicos virtuales, religiosos virtuales, ciudadanos virtuales. Y somos también
éticamente virtuales…
La
palabra hoy es “entretenimiento”; el domingo, entonces, es el día nacional de
la imbecilidad colectiva.
Imbécil
el conductor, imbécil quien va y se sienta en la platea, imbécil quien pierde
la tarde delante de la pantalla.
Como la
publicidad no logra vender felicidad, genera la ilusión de que la felicidad es
el resultado de una suma de placeres: “Si toma esta gaseosa, si usa estas
zapatillas, si luce esta camisa, si compra este auto, usted será feliz.”
El
problema es que, en general, no se llega a ser feliz. Quienes ceden,
desarrollan de tal forma el deseo, que terminan necesitando un analista. O de
medicamentos. Quienes resisten, aumentan su neurosis.
El gran
desafío es comenzar a ver cuán bueno es ser libre de todo ese condicionamiento
globalizante, neoliberal, consumista. Así, se puede vivir mejor. Para una buena
salud mental son indispensables tres requisitos: amistades, autoestima y
ausencia de estrés.
Hay una
lógica religiosa en el consumismo post-moderno.
En la
Edad Media, las ciudades adquirían “status” construyendo una catedral; hoy, en
Brasil, se construye un “shopping-center”.
Es
curioso, la mayoría de los “shopping-center” tienen líneas arquitectónicas de
catedrales estilizadas; a ellos no se puede ir de cualquier modo, es necesario
vestir ropa de misa de domingo. Y allí dentro se siente una sensación
paradisíaca: no hay mendigos, ni chicos de la calle, ni suciedad…
Se entra
en esos claustros al son gregoriano post-moderno, aquella musiquilla de
esperar al dentista.
Se
observan varios nichos, todas esas capillas con venerables objetos de consumo,
acolitados por bellas sacerdotisas.
Quienes
pueden comprar al contado, se sienten en el reino de los cielos.
Si debe
pagar con cheque post-datado, o a crédito se siente en el purgatorio.
Pero si
no puede comprar, ciertamente se va a sentir en el infierno…
Felizmente,
terminan todos en una eucaristía post-moderna, hermanados en una misma mesa,
con el mismo jugo y la misma hamburguesa de Mac Donald…
Acostumbro
a decirles a los empleados que se me acercan en las puertas de los negocios:
“Sólo estoy haciendo un paseo socrático”. Delante de sus miradas espantadas,
explico: Sócrates, filósofo griego, también gustaba de descansar su cabeza
recorriendo el centro comercial de Atenas. Cuando vendedores como ustedes lo
asediaban, les respondía:
“¡Sólo
estoy observando cuántas cosas existen que no preciso para ser Feliz!”
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