Cada
año nos enseña algo, Alicia. Y este año nos recordó que todo puede estar peor,
siempre. Sé que suena terrorífico lo que estoy diciendo y seguro también te
dirán que hay que ser positivos y tener esperanza. Por supuesto. Pero aunque
seamos alegres y tengamos mucha esperanza en un mundo mejor, tampoco hay
que olvidar que todo aquello que damos por sentado puede desaparecer si no lo
cuidamos, si no trabajamos por mantenerlo.
Obviamente, conservar y mejorar lo que
tenemos es un trabajo de todos. Pero hay que empezar por uno mismo.
En primer lugar, sabiendo que no es gratis, que puede
desaparecer. Porque así evitamos caer en la tentación de creer cosas como “es
que nada puede salir peor” o “cualquier opción da lo mismo”. Te parecerá
curioso, pero la gente que llega a esas conclusiones es gente grande, con
muchos años: como tus papás. Y es gente de cualquier lugar del mundo. En
España, por ejemplo, pensaron eso, ganó el Partido Popular y ahora ven los
españoles que no sólo su situación económica sigue igual o peor, sino que
también han perdido muchos de los derechos ciudadanos que ya tenían, derechos
por los que habían luchado por más de un siglo e, incluso, se cierne sobre ellos
la amenaza de volver a las prácticas de uno de los regímenes más atroces que
han vivido en su historia moderna.
En segundo lugar es muy importante no
acostumbrarse a una vida confortable. Mejor aún: no creer que mantener ese
confort es lo único y lo más importante. En Estados Unidos, por ejemplo, donde
su sociedad ha resaltado por defender la libertad individual y la propiedad
privada, ahora ven cómo esos mismos derechos individuales han desaparecido tal
vez por muchos años y, si antes era un delito federal que alguien leyera tu
correspondencia, ahora es una práctica común del mismo gobierno y, a quienes lo
han acusado, ahora los persiguen como criminales. A esta gente grande que
permitió eso, le dijeron que era “por su bien”, “por su seguridad”, y se lo
creyeron.
En tercer lugar, hay que tener muy claro que los
políticos, los presidentes, diputados, senadores y demás, no son tus papás.
Aunque te hablen con frases muy similares a las que usamos nosotros, Alicia, no
son nosotros. Te dirán, como dije, “es por tu bien”, como cuando te insistimos
en que te tienes que acabar tu papilla. Te dirán, “es por tu seguridad”, como
cuando te decimos “a la boca no”. Te dirán que “los resultados son a largo
plazo” o que “eso servirá para el progreso de México”, como cuando te digamos,
imitando a tus abuelos y bisabuelos, “cuando crezcas lo entenderás” o “después
me lo vas a agradecer”. Pero no, ellos no son tus papás, ellos no te conocen ni
te quieren ni les importas, simplemente utilizan el lenguaje paternal porque saben
que todos recordamos a nuestros padres diciéndonos las mismas cosas. Y
funciona, funciona para conseguir lo que ellos quieren.
En cuarto lugar, sabiendo quién eres y
de dónde vienes. Lo más seguro es que cuando entres al kínder y comiences tus
estudios fuera de casa, continúe esta moda de hacerte creer que sólo lo que es
“divertido” vale la pena. No les hagas mucho caso, Alicia. Hay cosas que son
divertidas y son fantásticas pero hay otras que no son divertidas pero son
necesarias, esenciales. Por ejemplo, si quieres ser genetista, te tendrás que
memorizar los ciclos del lactato y del ácido cítrico y no, no será tan
divertido como ir a bailar: pero ir a bailar no te hará genetista. Y habrá que
dejar de ir a pachanguear algunas veces para ponerse a estudiar. De forma
similar, defender tus derechos tampoco será especialmente divertido y tendrás
que renunciar a otras actividades que sí lo sean, pero será necesario,
esencial, no sólo para que mejore tu calidad de vida y la de tu sociedad sino
para que ésta no empeore como nos pasó este año.
¿Y quién eres y de dónde vienes, Alicia?
Quién eres lo tendrás de descubrir tú, pero te puedo contar un poco de dónde
vienes. Naciste en una de las pocas familias privilegiadas de este país que
tienen casa propia (chiquita, tal vez, como ya lo descubrirás cuando empieces a
correr de un lado a otro, pero es una casa) y carrito (ahí donde te duermes
felizmente viendo pasar las luces de los arbotantes); es un Chevy, tal vez te
dirán luego que es un carro de nacos, que somos pobres. No les hagas caso,
somos parte de ese mínimo porcentaje de mexicanos que vivimos con más de cuatro
salarios mínimos al mes. En esta ciudad, en Puebla, aquí donde naciste, más de
la mitad de la población gana menos de dos salarios mínimos. Por supuesto, hay
gente mucho más rica: millonarios y multimillonarios. Pero si sólo te comparas
con ellos, no sólo vas a perder la perspectiva de dónde estás sino que también
es muy probable que te pongas muy triste y te sientas desafortunada, incluso puedes
volverte rencorosa. Peor aún, y ése es el punto de esta carta, vas a pensar que
no puedes estar peor. Y sí se puede.
Ahora somos privilegiados, Alicia, somos
fresas, muy fresas. Y llegar a esto les costó su trabajito a tus padres. Tu
mamá ya te contará su vida. Yo te puedo decir que a tu papi le tocó pasar
hambre y frío y no tener casa. Hambre de no comer cosa alguna en un día entero
y no saber si iba a comer algo al día siguiente, o al otro, o al otro, o la
próxima semana. Frío de esperar a que saliera el sol para calentarse un poco y
no saber si al día siguiente iba a ser lo mismo o iba a estar peor o, por fin,
iba a conseguir un techo donde dormir. También estuvo a punto de morir de una
diarrea, así nomás, porque algo le cayó mal a la pancita y no tenía para la
medicina. Es horrible saber que te puedes morir de una enfermedad, no sólo
curable, sino extremadamente común y pasajera si tienes el dinero. Pero, por
supuesto, tu papá tuvo mucha suerte y hartos amigos que lo ayudaron muchísimo,
un chingo, y le dieron de comer varias veces, le regalaron ropa y cobijas, le
dieron posada e, incluso, lo llevaron al hospital y le pagaron sus medicinas.
Eso es una maravilla, Alicia, hay gente muy
buena en este mundo que te puede ayudar cuando las cosas salen muy mal. Pero
también es bueno que sepas quién eres y de dónde vienes para que veas todas las
posibilidades que tienes tú para ayudar a los otros, para que conozcas aquello
que cambiaron los que te precedieron. Por ejemplo, tus bisabuelos y
tatarabuelos estuvieron en la Revolución Mexicana y arriesgaron su vida para
que nosotros tuviéramos derechos laborales. Tus bisabuelas fueron sufraguistas
y por eso tu mamá puede votar cuando hay elecciones. Tus abuelos tomaron las
calles para que hubiera libertad de culto y la democracia fuera un hecho y, sí,
más de una vez fueron encarcelados nomás por repartir volantes de un partido de
oposición. Sin embargo, por desgracia, en los últimos años y más aún en éste,
se han venido dando una serie de cambios que llaman “reformas” y van eliminando
los logros de tus abuelos, bisabuelas y tatarabuelos. No los hemos podido
parar, tal vez porque pensamos que era imposible volver al pasado (aquí o en
España o en Estados Unidos o en buena parte del mundo), porque pensamos que no podíamos
estar peor.
Siempre se puede. Lo bueno es que a tus
papás y a su generación ya les va quedando claro, Alicia, porque vuelve el
miedo de una devaluación económica de ésas que dejaron con nada a tus abuelos.
Ya vamos cayendo en cuenta de que hay que estar al pendiente y leer historia
para defender nuestros derechos y luchar por mejores condiciones sociales. Por
mi lado, para que tú no pases hambre, ni frío, ni exista el riesgo de que
mueras de una diarrea. Para, como dice la canción de Jara, “que nadie escupa
sangre pa’ que otro viva mejor”.
Tomado con autorización expresa de su
autor, de la revista digital SINEMBARGO.MX http://www.sinembargo.mx/opinion/01-01-2014/20356#comment-79646 el 2/1/2014
Sobre el autor: Estudió Física pero se decantó por la todología no
especializada: una maestría en ecología por acá, un doctorado en filosofía por
allá, un poquito de tianguero y otro de valet parking. Ha publicado los libros
de cuentos Todos santos de California y Ella sigue de viaje, la novela Cuaderno
de flores, el ensayo El ambientalismo y el libro de texto Naturaleza y
sociedad. Es Premio Nacional de Bellas Artes y miembro del Sistema Nacional de
Creadores de Arte. Se le considera el autor del cuento más corto en lengua
hispana: El emigrante -¿Olvida usted algo? –Ojalá.
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