domingo, 6 de abril de 2014

A 10 años de la inundación en Villa de Fuente publico mi texto del 2004 "Memorias de mañana"

Este es un texto que comencé a escribír el 5 de abril del 2004, al siguiente día de la creciente impetuosa del río Escondido,  que una plácida tarde de Domingo de Ramos, terminando la misa de 7, se abrió paso de un solo golpe, para borrar de una vez y para siempre la tranquilidad de esta población adjunta a Piedras Negras, separada tan solo por un puente, que prácticamente fue rebasado por el agua, como alcanza a apreciarse en esta toma. Aquel lunes hicimos guardia en el hospital, desde cuyos ventanales del segundo piso contemplábamos atónitos el puente. Al recordar la fecha acuden a mis sentidos dos sensaciones: Silencio y vacío, como si a cada uno de los escasos sonidos del ambiente esa mañana, se siguiera una sucesión interminable de ecos sordos, hasta perderse en la distancia, entre las nubes plomizas de aquella mañana.
Fotografía cortesía de Periódico Zócalo.
PRIMER CUADRO: 4 DE ABRIL POR LA TARDE. El cielo plomizo ha descargado todo su encono en contra de estas tierras, haciéndolas rugir desde su vientre cual bestias heridas, mientras que un brazo poderoso deja caer por marejadas gruesas gotas de lluvia. Los vientos ululan en los rincones; la visibilidad es mínima si no es que nula. El hombre vuelve a ser un niño, un cervatillo atemorizado que corre a refugiarse entre la maleza. Extraño viernes previo a la Semana Mayor. SEGUNDO CUADRO: 5 DE ABRIL Hoy he caminado por la carretera 57 a la altura del Seguro Social; el río amenaza con desbordarse hacia acá. Todo luce desierto con una extraña calma expectante, por un momento me remonto a los primeros años de mi infancia cuando la gente ordinaria caminaba, y los vehículos pasaban solo de vez en cuando. Esto sucede hoy, por la acera por donde avanzo se movilizan los contingentes en uno y otro sentido. Hacia enfrente, sobre la cintilla asfáltica, avanza un individuo con cara de funcionario menor, ataviado con un traje gris con tanta historia, que habrán pasado por encima de él varias tormentas. Llego a la plaza cívica, el tenor general es de alarma, sin embargo llama la atención ver grupos de dos o tres por uno y otro lado; las mujeres gesticulan señalando hacia la Villita. Por acá llegan dos ancianos pensionados a cobrar su cheque, yo me pregunto cómo pudieron trasladarse cuando no hay transporte público. La mayor parte de los edificios del IMSS lucen solos, yo sigo aquí, pegada a la máquina como haría al pecho del amante para percibir su tum-tum vital y saber con ello que estoy viva. Las figuras se desdibujan, las palabras salen de sus bocas y adoptan formas y colores; la explanada se viste de lenguas vivas que van, vienen y danzan haciendo una rueda. Hay dolor, nosotros hemos perdido a Lucy, con aquel buen humor pegado a su cara. Cada uno tiene algo que llorar esta mañana. Queda la nostalgia suspendida, la vida se impone por encima de los tiempos; de los climas; de las tragedias; de las preocupaciones; de los dolores. Ahora ruge el río, los cielos le han cedido su lugar de fiera, y se muestran silenciosos. Solamente a la distancia destacan las torretas de las ambulancias; se hallan apostadas una al lado de otra, a la altura del Puente de la Villita. En el carril opuesto una tienda de campaña marca un límite, los que son y los que tal vez sean, o hayan dejado de ser, o puedan volver a ser cuando surjan de entre el fango y las dudas. Yo me aferro a mi máquina amante, a su tum-tum vital para sentirme viva. TERCER CUADRO: El NACIMIENTO “Alonso” dice la madre con voz entrecortada, mientras que un temblor generalizado agita todo su cuerpo. Trato de calmarla contándole historias para distraer los fantasmas que rondan su primer dolor de madre. Inició su trabajo de parto cuando el río comenzaba a desbordarse, y de alguna manera cada contracción se ha visto agravada por la angustia de sentir que las aguas la alcanzan. Finalmente la pasan a quirófano; tiembla como una hoja de pies a cabeza, el abdomen dibuja perfectamente al hijo que está por nacer, en la medida en que van lavándole con un antiséptico que le pone la enorme barriga de color dorado. Me ha dicho que se llamará Alonso, porque sabe que será un niño. Cierra la mañana, los pensionados no cobraron; las versiones son muchas, los ahogados hasta ahora veintiocho, y cien desaparecidos. Siempre voy a recordar a Alonso, y a su madre, y a esta 57 tan solitaria, donde el eco de mis pasos rompe las sombras grises de las memorias de mañana. CUARTO CUADRO: EPILOGO Ha pasado una semana de la tragedia que marcó para siempre a Piedras Negras. Voy por los pasillos del hospital, y donde hay dos o más personas reunidas, una palabra se escucha reiteradamente, “río, río, río”. He sido testigo de un evento que formará parte de la historia por siempre jamás. Cuando los años pasen, y los polvos del hoy se levanten y se hayan ido, seguirán escuchándose los niños de hoy, viejos de entonces, diciendo: a mí me tocó la inundación del 2004. Y pasará medio siglo, luego un siglo, y aunque cambien las tonalidades, y los portavoces, la frase será la misma: La inundación en Villa de Fuente, un tranquilo domingo, el día cuatro del mes cuatro del 2004. He sido testigo del modo como la vida se aferra a la vida; de cómo la muerte se combate con uñas y dientes, y sé que la esperanza es lo último en perderse. Todavía hace un par de días encontraron a cuatro personas con vida entre el agua decididos a no dejarse llevar por la muerte. Los damnificados se dan ánimos unos a otros, diciendo que no importa que hayan perdido sus pertenencias, pero que están juntos y con vida. Luego la mirada los traiciona, se extravía en la nada, y una lágrima se escapa de sus ojos. Esta mañana las pipas regaban los arbolitos del libramiento; las plantas no tienen sed, pues las tierras se han mantenido húmedas. Debe de ser un símbolo de recuperación o de esperanza; una manera de animarnos a quienes por simple coincidencia pasamos enfrente. Las tierras siguen estando inusualmente húmedas, la aridez histórica que conocieron padres y abuelos se ha borrado más allá de lo deseable. El sol se filtra por entre dos nubes y parece sonreír. He visto algunos niños jugando a perseguirse, descalzos con la ropa sucia y las miradas vivaces; aquella pequeña y su muñeca muestran una blanca mazorca por entre el lodo que cubre sus caritas. De alguna manera la vida vuelve a comenzar; los corazones laten, las manos se estrechan, los hombros se fortalecen; los pies reúnen fuerzas para reemprender la marcha. Hora de volver a tomar el camino, adelante, siempre adelante; hora de sacudirnos los llantos, y guardar junto al corazón las memorias más amadas.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario