EL BUEN PRINCIPIO
Desde el 2011 existe “el buen fin”. Programa que permite al comercio incrementar sus ventas, en tanto al cliente le
facilita adquirir a mejor precio un
producto. Hay lamentables excepciones como
sería encarecer la mercancía previo al buen fin, para luego “rebajarla” de manera tramposa.
A lo largo de la temporada prenavideña, inmersos en un
sistema capitalista, es difícil sustraernos de la tendencia al consumo. En el mejor de los casos se compra aquello que previamente se
planificó adquirir, y que va acorde con nuestro bolsillo. Lo que en realidad suele suceder, es que el
canto de las sirenas nos embelesa, y terminamos gastando más de lo previsto, ya
porque compramos mercancía que en realidad no necesitamos, ya porque nos
excedemos del presupuesto destinado para un artículo en particular. Con el buen fin inicia ese canto seductor que
invita a vaciar los bolsillos y las cuentas bancarias, más ahora que las
empresas adelantan parte del aguinaldo decembrino a noviembre, para que el
trabajador cuente con liquidez para sus compras.
El buen fin es un término persuasivo. Más que a fin de semana, considero que este
eslogan hace referencia a “finalidad”, y
de manera secundaria a inteligencia. Así
entonces, comprar en estos días significa que somos personas brillantes que
saben hacerlo, pues destinan su dinero para una finalidad de gran valor. Nos
envuelve el mercantilismo de este modo, para colocarnos en la dirección de los centros comerciales, a comprar artículos
que en realidad no pensábamos adquirir.
Cierto, hoy en día muchos productos vienen de fábrica con una vida media
corta, que nos obliga a sustituirlos después de determinado tiempo de uso. Los puestos de “reparación de licuadoras y de
planchas” son piezas de museo, junto con aquellos otros dedicados al zurcido de
medias de seda, o a la colocación de medias suelas. La tendencia consumista es adquirir, utilizar
y desechar, ya sea porque el artículo es irreparable, ya porque pasó de moda y
el sistema nos lleva a comprar el modelo
que recién acaba de salir. ¡Y luego nos sorprende la gran cantidad de basura que
hay en el mundo! Un ejemplo personal, mi teléfono móvil cumplió 3 años de uso y ya está presentando
fallas. Difícilmente conseguiré quien
pueda repararlo, además de que permanecer 3 días sin teléfono, mientras lo
revisan, me complica la existencia. ¿Lo
más práctico? Adquirir otro aparato, y si es en este fin, más barato y con diversidad
de formas de pago. Entonces iré a sacar
uno nuevo y botaré el anterior. Cosa curiosa,
mi plancha, de manufactura nacional, que acabo de sustituir, duró casi 25 años.
El consumismo tiene por consigna crear necesidades en el
consumidor: Algo mejor, más grande, más potente, más bonito. Algo distinto, para estar al último grito de
la moda. Algo que refleje nuestra clase.
¡Y caemos!
Todos conocemos esa sensación de dejarse llevar sin
preocupación. “Sans souci”, como la
canción. Sin embargo, dichos ratos de
deleite pueden resultar muy costosos a la larga, sobre todo cuando descubrimos,
poco tiempo después, que hicimos una compra compulsiva, y que ahora tenemos en
casa algo que no utilizamos, que resulta hasta estorboso, el cual terminará en un rincón, o en un bazar de caridad.
Atendiendo las leyes de la física, en el extremo opuesto al
fin está el principio, donde todo comienza.
Habría pues que preguntarnos qué sucede si modificamos el principio,
planificando nuestras compras, tanto de consumibles como de no
consumibles. Y para estos últimos
establecemos prioridades, conforme al costo o a la utilización de los
productos. Ya entonces decidimos qué vamos
a comprar, en qué momento y cómo se pagará.
No es tarea fácil zafarnos de las garras del
consumismo. Convertirnos en una especie
de monjes tibetanos para practicar el desapego respecto de los bienes
materiales. Nos hallamos en un sistema
acostumbrado a tasar lo que somos en función de lo que tenemos, o bien conforme
a nuestro poder adquisitivo. Una función
básica del ser humano es la de reconocimiento, desarrollamos el apremio de ser
reconocidos por los demás, y si el modo de conseguirlo –según dicta el sistema
económico—es adquiriendo, pues entonces adquirimos. De este modo basamos, falsamente, la valía
humana de acuerdo con elementos externos, y en tener o carecer, irán variando
nuestros estados de ánimo, de la euforia a la profunda depresión.
El buen principio: Conocernos a nosotros mismos. Descubrir
qué es aquello que nos distingue de los demás y nos vuelve únicos. Luego utilizarlo para relacionarnos con
otros, tender puentes, construir y crecer.
Rodearnos de personas que piensan de forma similar, para así
fortalecernos. A partir de ello generar sociedades con más valores intrínsecos
y menos apegos materiales.
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