ABRAZOS MORTALES
El caso Ayotzinapa, a punto de cumplir diez años de ocurrida
la tragedia, sigue dando mucho de qué hablar.
Esta semana fue la negativa del presidente López Obrador para recibir a
los padres de los normalistas y a sus abogados en Palacio Nacional, lo que
generó un plantón de protesta de los guerrerenses frente a la sede del
Ejecutivo. Casi en forma simultánea,
mientras uno de los padres y el abogado que ha llevado el caso desde el
principio, comunicaron a los medios de difusión que se retiraban de vuelta a
casa, ocurrió un incidente en la puerta 1 de acceso a Palacio, sobre la calle
de Moneda. Un grupo de hombres, principalmente jóvenes,
desplazaron una camioneta tipo pick up de las cercanías del inmueble y la
utilizaron como ariete en contra de la puerta de madera, que finalmente se
rompió, permitiendo la entrada de varios de los manifestantes, que a su vez
fueron repelidos por fuerzas del orden, que no habían aparecido hasta ese
momento, y lo hicieron disparando gas pimienta a la turba, que optó por
retirarse.
Quedan muchas dudas sobre cómo llegó la camioneta hasta la
puerta, si el edificio de Palacio Nacional siempre está blindado y con guardias
en el exterior. Que si fue una
provocación auténtica, que si hay intereses ajenos al movimiento detrás… En
fin, se barajan hipótesis variadas que tal vez nunca alcancen a esclarecerse,
máxime que el presidente dio la indicación de que se cancelara cualquier
investigación por parte de la FGR.
Esa misma noche, en el libramiento a Tixtla, en Guerrero, se
presentó un segundo incidente.
Nuevamente aparecen al menos dos versiones: la primera, la oficial,
señala que dos normalistas venían a bordo de un vehículo con reporte de robo; un
retén policíaco les dio la orden de detenerse, ellos la desobedecieron y además
accionaron armas de fuego en contra de los estatales. La segunda hipótesis, esta vez de los padres,
señala lo contrario: no era un vehículo robado, no traían armas y los
uniformados dispararon a mansalva. Nos
volvemos a topar con que, en una época altamente tecnológica, la verdad se
escurre como pez en el agua, y tal vez nunca sepamos lo que en realidad
ocurrió. Isabel Miranda de Wallace
sugiere que, si los elementos de las fuerzas del orden portaran cámaras
unipersonales, podría llegarse a la verdad.
Por alguna misteriosa razón, no las portan.
Más allá de todos estos hechos que hablan de alteración del orden
público, véase por donde se vea, una cosa es clara. Todo lo anterior es resultado de la
descomposición social que vive nuestro país, y es una evidente muestra del fracaso de la política de los
abrazos. Hemos tenido durante casi seis
años un gobierno que pide no mover el agua ante las acciones delictivas. Deposita en las mamás y las abuelitas la
responsabilidad que al Estado corresponde.
Todo ello lleva a la impunidad y a que cada ciudadano, o grupo, o
movimiento, se sienta con derecho a realizar lo que a su criterio parezca, en
casos como los arriba señalados, para hacer justicia por propia mano. Vaya, y en el festín, por qué no, sacar
tajada personal violentando las leyes. Para ejemplo también guerrerense tenemos
el enorme saqueo de los grandes almacenes en Acapulco, recién ocurrido el
huracán Otis. Resultaba hasta
apocalíptico, diría yo, ver las expresiones de satisfacción de los saqueadores
al presumir sus presas.
El mensaje que se lee entre líneas es: “No hay por qué
señalar como delitos esas iniciativas de la sociedad civil”. Ante tal premisa podrán seguir creciendo la
extorsión, el secuestro y el robo más descarado, puesto que no hay problema,
son travesuritas frente a las que hay que actuar como quien nada ha visto.
Recuerdo un principio de la cultura japonesa que me parece
maravilloso: “Si te encuentras una moneda tirada en la vía pública, pero no es
tuya, déjala ahí, no la tomes”. Lo
encuentro tan honorable como utópico. Establece el valor de la propiedad
privada, así sea un yen sobre la banqueta.
En México, por desgracia, la normalización del delito nos ha llevado a
ver las cosas de otra manera y, vaya, quizá hasta considerar en un momento dado
irrespetar la vida, el buen nombre o la propiedad de los demás, que al cabo “no
pasa nada”.
Durante mis años laborados dentro del IMSS, en dos ocasiones
me invitaron a ocupar puestos directivos. Acepté dejando de lado la práctica
clínica, pero finalmente entendí que no era lo mío; no me apasionaba. Eso sí, aprendí principios de gran valor, que
aún a la fecha aplico en mi vida personal.
Uno de ellos es medir las
acciones con base en resultados y entender que las buenas intenciones no
cuentan como datos duros. Ahora que
vamos cerrando círculos, buen momento para analizar y decidir el futuro que estamos
trazando para nuestros hijos y nietos.
Estoy de acuerdo con tus muy bien estructurados razonamientos. La descomposición social por la indiferencia de las instituciones es gravísimo.
ResponderBorrarPor desgracia así es, Margarita. En estos tiempos la fuerza ciudadana es fundamental para evitar dicha indiferencia.
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