sábado, 18 de mayo de 2013

Reflexiones en torno a la muerte del Dr. Sergio I. Gómez Meza.

Dr. Sergio Ignacio Gómez Meza (+) con su señora madre durante su jubilación del IMSS, año 2009.
Hoy es uno de los primeros días de este 2013 en que realmente se siente el calor.  Al menos quienes vivimos en el norte del país  gozamos hasta hace muy poco  de un inusual clima templado que volvía muy agradables las mañanas y las noches.
El uso de aparatos de aire,  necesario cuando la temperatura se incrementa, de alguna manera nos aísla del resto del mundo. Fue así como esta mañana, al abrir los ojos,   me sentí  como debe sentirse un  pepino dentro del  refrigerador. Contrario a los días previos, esta vez no pude hacerme despertar por los alegres gorjeos de los gorriones que  cada mañana convierten mi patio en un sonoro punto de encuentro,  donde dialogan los del suelo  con los de la barda, los  grandes con los  pequeños, y los gorriones de este lado con los del nogal del patio vecino, quienes --estoy convencida-- se  jactan de  su superioridad,  por el simple hecho de vivir en  altas ramas.
Una vez desperezada, y a punto de iniciar lo propio de una mañana de sábado, recibí a través de una llamada  la noticia de que un compañero de carrera, el Dr. Sergio Ignacio Gómez Meza,  acababa de fallecer de manera inesperada.
En cuanto fue circulando la noticia entre  el resto de los compañeros a través de las redes sociales, comenzaron a fluir  imágenes,  anécdotas,  reflexiones  en torno a la vida y  la muerte.  De una u otra forma todos coincidimos en recordar a Sergio como una gran persona; excelente amigo; médico  de elevada calidad profesional y gran sensibilidad hacia  sus pacientes.
En medio de aquellas palabras que iban y venían, y que a todos  de algún modo  tocaban, cada uno de nosotros,  de modo muy íntimo se  habrá parado frente a la vida para hacerse la pregunta obligada: Si yo fuera el que hubiera muerto hoy, ¿qué  dirían de mí los que se quedan?...
¡Con cuánta facilidad se nos olvida que la existencia es una sola, y que no admite segundas ediciones!
Son tantas las veces cuando  nos desgastamos en afanes inútiles, empeñando la vida en asuntos que finalmente, a la hora de la hora, carecen de valor.
Cuánto dejamos de  conocer, de viajar, de disfrutar, porque no nos damos un tiempo para  hacerlo.
Hay personas que invierten todo su ser y  hasta el último ápice de  energía en trabajar al punto obsesivos, como si la vida fuera sólo eso.
Algunos dejan de lado cualquier otra cosa en la tarea de acumular bienes materiales, que  tal vez  ni siquiera alcancen a disfrutar.
Y hay quienes, para cuando la vida misma les lleva a ver las cosas de otra manera,   quizás se  perciban  solas y  paralizadas por el temor.
En cualquier  momento llegan las enfermedades con la cohorte de crisis que generan, y que en ocasiones, como una bendición,  llevan al  punto de quiebre que  modifica la escala personal de prioridades.
Visto de esta manera,  la partida de un amigo que supo mantener el equilibrio entre el ser y el tener, y que nunca traicionó sus principios, es un espejo a donde ir nosotros a  mirarnos en este día, cuando nuestros pies aún   tienen  pasos por andar.
Si la muerte es parte de la vida, y la vida es un proceso de pulimento espiritual, nos tranquiliza el saber que quienes  son sorprendidos de súbito por el rayo de Azrael, como fue el caso de Sergio, son los privilegiados, los que nada deben a la vida, los que siguen su camino serenos, ligera la marcha y con un canto de amor  entre los labios.
Descanse en paz Sergio Ignacio, quien con su muerte nos deja una última gran lección.
Desde mi pequeño espacio vaya un cálido abrazo para toda su familia.

 

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