Dr. Sergio Ignacio Gómez Meza (+) con su señora madre durante su jubilación del IMSS, año 2009. |
El uso de aparatos de aire, necesario cuando la temperatura se incrementa, de alguna manera nos aísla del resto del mundo. Fue así como esta mañana, al abrir los ojos, me sentí como debe sentirse un pepino dentro del refrigerador. Contrario a los días previos, esta vez no pude hacerme despertar por los alegres gorjeos de los gorriones que cada mañana convierten mi patio en un sonoro punto de encuentro, donde dialogan los del suelo con los de la barda, los grandes con los pequeños, y los gorriones de este lado con los del nogal del patio vecino, quienes --estoy convencida-- se jactan de su superioridad, por el simple hecho de vivir en altas ramas.
Una vez desperezada, y a punto de iniciar lo propio de una mañana de sábado, recibí a través de una llamada la noticia de que un compañero de carrera, el Dr. Sergio Ignacio Gómez Meza, acababa de fallecer de manera inesperada.
En cuanto fue circulando la noticia entre el resto de los compañeros a través de las redes sociales, comenzaron a fluir imágenes, anécdotas, reflexiones en torno a la vida y la muerte. De una u otra forma todos coincidimos en recordar a Sergio como una gran persona; excelente amigo; médico de elevada calidad profesional y gran sensibilidad hacia sus pacientes.
En medio de aquellas palabras que iban y venían, y que a todos de algún modo tocaban, cada uno de nosotros, de modo muy íntimo se habrá parado frente a la vida para hacerse la pregunta obligada: Si yo fuera el que hubiera muerto hoy, ¿qué dirían de mí los que se quedan?...
¡Con cuánta facilidad se nos olvida que la existencia es una sola, y que no admite segundas ediciones!
Son tantas las veces cuando nos desgastamos en afanes inútiles, empeñando la vida en asuntos que finalmente, a la hora de la hora, carecen de valor.
Cuánto dejamos de conocer, de viajar, de disfrutar, porque no nos damos un tiempo para hacerlo.
Hay personas que invierten todo su ser y hasta el último ápice de energía en trabajar al punto obsesivos, como si la vida fuera sólo eso.
Algunos dejan de lado cualquier otra cosa en la tarea de acumular bienes materiales, que tal vez ni siquiera alcancen a disfrutar.
Y hay quienes, para cuando la vida misma les lleva a ver las cosas de otra manera, quizás se perciban solas y paralizadas por el temor.
En cualquier momento llegan las enfermedades con la cohorte de crisis que generan, y que en ocasiones, como una bendición, llevan al punto de quiebre que modifica la escala personal de prioridades.
Visto de esta manera, la partida de un amigo que supo mantener el equilibrio entre el ser y el tener, y que nunca traicionó sus principios, es un espejo a donde ir nosotros a mirarnos en este día, cuando nuestros pies aún tienen pasos por andar.
Si la muerte es parte de la vida, y la vida es un proceso de pulimento espiritual, nos tranquiliza el saber que quienes son sorprendidos de súbito por el rayo de Azrael, como fue el caso de Sergio, son los privilegiados, los que nada deben a la vida, los que siguen su camino serenos, ligera la marcha y con un canto de amor entre los labios.
Descanse en paz Sergio Ignacio, quien con su muerte nos deja una última gran lección.
Desde mi pequeño espacio vaya un cálido abrazo para toda su familia.
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