domingo, 17 de febrero de 2019

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


DE LA MANO DEL TIEMPO
Cada cual habla de la vida desde su perspectiva personal.  Querer desprenderse de ella para hacer una narrativa desprovista del propio ser, equivaldría a   arrancarse la piel y seguir caminando así –desnudo—, de cara al sol.
     Para el nuevo ciclo de taller literario me  propuse  ir organizando un cúmulo de  textos escritos durante más de cuarenta años, y que a la fecha no tienen una clasificación precisa. Comencé por la mitad más sencilla, la electrónica, contenida en un par de discos duros externos.  Ya más delante intentaré hacer algo con la otra mitad, que comencé a escribir  a partir de los años de secundaria, en una sucesión de  máquinas Olivetti,  hasta que la computadora vino a sustituirlas.   
     Es muy interesante explorar –a través de la palabra escrita—distintas etapas de mi vida; estados de ánimo personales y escenarios externos que los propiciaron.  Reencontrarme con frases afortunadas que desearía rescatar, y al lado de lo anterior sentir el bochorno de haber publicado escritos que ahora, con  mayores elementos de juicio para calificarlos, encuentro reprobables.
     De todo ello me queda una reflexión que  deseo compartir en este espacio: A mi edad es más el tiempo vivido que el que me resta por vivir.  En ese tenor me pregunto dónde quedaron los momentos que no aparecen plasmados en las líneas que hoy reviso; tantos pensamientos que me habrán movido en uno u otro sentido.  Tantas emociones despertadas y reprimidas, o que hayan dado lugar a acciones, algunas afortunadas, otras no tanto, pero que a  fin de cuenta  constituyen mi trayectoria  a lo largo del  tiempo y del espacio.
     Lo único inaprensible en esta vida es el tiempo.  Ni el hombre más rico sobre el planeta, así invierta   toda su fortuna en ello, podrá  comprar un solo segundo del mismo.  Avanza para todos, y del mismo modo como la vida tuvo un principio, llegará a su final.  ¿Cuándo…? Imposible predecirlo.
     Hallarme revisando carpetas con documentos de muy diverso orden, que he escrito a lo largo de estos años, es como apostarme frente a un montón de álbumes fotográficos  en cuyas imágenes voy descubriendo pedazos olvidados de mi vida.  Y ahora que lo hago pienso que hubiera querido  escribir más acerca de ciertas etapas, en particular aquellas vividas al lado de seres queridos que se han adelantado en el camino.  Así mismo, quisiera  haber dejado constancia de más detalles que circundaron el nacimiento de mis hijos, cada uno de sus logros escolares, cumpleaños, navidades o vacaciones.  Pero bien dice el refrán popular,  el “hubiera” no existe.
     Heme aquí, pues, frente a las memorias de dos terceras partes de mi vida capturadas mediante la palabra escrita, y aun así preguntándome dónde quedó tanto tiempo que ahora quiero imaginar como grandes oquedades entre el registro de un acontecimiento   y el siguiente.
     Posterior a ello viene  otra larga lista de reflexiones: Cuánta vida desperdiciamos mientras avanzamos rumbo a una meta, asumiendo que cuando la alcancemos comenzaremos a ser felices, de este modo  dejando de vivir tantas cosas  a lo largo del camino.  Los sentidos concentrados en el horizonte, incapaces de gozar el cielo, el trino de las aves o el aroma de la entrante primavera.  Sin contacto con la suavidad de la fina hierba bajo las plantas ni el frescor del agua que cosquillea conforme  rodea nuestros tobillos en su avance.
     ¿Qué es la vida? ¿Qué hacemos con ella mientras acompasa cada latido de nuestro corazón…?  ¿Tenemos un propósito por cumplir, o vamos simplemente sorteando las horas como si nuestra existencia fuera eterna?
     Tal vez mucho del desperdicio de tiempo que sufrimos, se deba a nuestra negativa por enfrentar el hecho de que un día vamos a morir. “Si no lo pienso, no existe”, y es a partir de este enunciado que volvemos la vista para otro lado. Lamentable, al hacerlo  desaprovechamos un tiempo que nunca ha de  volver.
     Cualquier momento  es bueno para revisar nuestro plan de vuelo, hacer los ajustes necesarios, y poner a volar la nave de los sueños.  Máxime si ya llevamos recorrida buena parte de la vida.  Hacer un proyecto personal, estudiar la forma de cumplirlo, y lanzarnos con todo,  decididos a  verlo cristalizado.
     Se ha puesto de moda una sentencia que me parece iluminadora: “Al final del día no digamos un día más, sino un día menos”. La noche representa la terminación de un lapso de tiempo que ojalá hayamos aprovechado, pues de cualquier manera  se  ha ido para siempre.
     Viene a mi mente un fragmento de las  coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique: “Recuerde el alma dormida/avive el seso y despierte/contemplando/ como se pasa la vida/como se viene la muerte…”
     Mantener la mente viva, los sentidos despiertos. Que nos sorprenda cada amanecer con una nueva historia  por escribir.

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